domingo, 6 de mayo de 2012

LA LOCOMOTORA


K.G.

                                 


LA LOCOMOTORA










        LA                      LOCOMOTORA





                                                                  Texto K.G.
                                                                           Ilustración I.F.


LA LOCOMOTORA

SALIDA

         El tiempo pasaba y con ello se agudizaba el hambre. Esto le cabreaba cada vez más, tener que esperarla para comer. Se metía las manos en los bolsillos y apretaba fuerte, cerraba los puños: “No puede ser, no aprenden, y después el malo soy yo”.
         La televisión estaba encendida, no se acordaba cuando la había puesto en marcha, esto era el colmo, seguro que había sido ella la que la dejo en funcionamiento: “Ésta se va a acordar de esto”.
         Se sentó en el sillón y se quedó de piedra con lo que narraban las noticias, un accidente en la M-30, un camión había perdido su mercancía, la cual había caído encima de un coche, al parecer el conductor del vehículo estaba atrapado y tendrían que venir los bomberos para poder sacarlo, había para largo: “No, si ya lo digo yo, no salgas la última del trabajo que luego se monta la de Dios Bendito”.
         Se levantó y empezó a mirar por la ventana, desde el piso se podía divisar la carretera, y en efecto, no pasaba ningún coche… esto se ponía cada vez peor, y el hambre se agudizaba: “Ésta se entera hoy de quien soy Yo”. Se volvió a sentar y aferro las manos contra el pantalón, la rabia se estaba convirtiendo en furia, y la furia se convertiría en escarmiento…
         Fue al frigorífico a por algo de picar, pero la verdad, aun habiendo varias cosas no pudo coger nada, es tener hambre pero no  poder comer, creyó que era la impaciencia, y la mala leche que se le estaba agudizando cada vez más.
         Pensaba y pensaba: “¿Dónde estará atrapada? No habrá llegado ni siquiera al desvío del supermercado para poder atajar por el parking”. El seguro lo habría hecho, y además se lo había enseñado: “Ésta hoy duerme caliente, a mí esto no se me hace”.
         Se volvió a sentar delante del televisor, las noticias no le animaban especialmente, con la llegada del año dos mil parecía que se vivía en otra época, no le gustaba los cambios que se producían a su alrededor, para algunos este año significaba el apocalipsis mientras que para otros era un cambio de época, se dejaba un milenio cargado de tensiones para albergar un milenio de avances sobre todo en lo que se refería a la globalización del mundo: con las nuevas tecnologías ya no se escapaban las noticias de otras partes del mundo, ahora en minutos sabías lo que había pasado en el otro extremo: “La voy a llamar por el móvil. Espero que por lo menos tenga batería”.
         Sabía muy bien que saldo tenía, el mismo se encargaba de administrarlo, así como la memoria de llamadas recibidas o enviadas, cualquier número que no conociese enseguida iba a pedirla explicaciones, por las buenas o por las malas. El móvil se había convertido en su mayor aliado para tener atada a su mujer, a cualquier retraso la llamada para decirle porque no habías llegado.
         Cogió el móvil y busco el nombre de su mujer en la guía, acepto y dio a marcar pero no daba señal: “Ya lo estoy viendo, esta no ha encendido el móvil.” Cerró la mano con el teléfono, la rabia cada vez era mayor: “Caliente no, pero que muy caliente duerme esta hoy”.
        

        

















1ª PARADA: EL REGRESO

         Salir corriendo era la mejor opción que tenía, lo sucedido la noche anterior fue determinante, comprendió que su vida ya no tenía valor para él, lo vio en sus ojos enfurecidos, y en la búsqueda de algo con lo que hacerla más daño posible. Irse de Madrid, dejar la capital, el barrio de extrarradio donde había estado encerrada los últimos treinta años.

         Lo primero que tendría que hacer es ir en busca de Esther al colegio, habría que inventar cualquier excusa para poder sacarla a media mañana, pero eso la daba igual, la decisión era firme. No hay vuelta atrás, seguro que acabaría con ella y lo que es peor con su hija, las señales no dejaban dudas y tampoco se iba a quedar para comprobarlas. Se acabó.
         En una maleta llevaba lo justo para las dos, ya habrá tiempo para poder acopiarse de más cosas. Aunque el otoño se estaba acercando todavía no hacía frío, por lo que la ropa de verano ocupaba menos y era lo que requería la situación.
         Tenía la cartilla de ahorros que había abierto tiempo atrás a escondidas, si él lo hubiera sabido no quería ni imaginarse lo que la hubiera hecho. Antes de ir a por Esther paso por el banco, lo saco todo, lo metió en el bolso sin contarlo, no estaba para eso. Cogió el metro y se bajó en la parada que estaba frente al colegio.

         Eran las diez menos cinco, y Esther miraba con impaciencia el reloj, parecía que nunca iba a llegar la hora del recreo. Hacia dos semanas que se habían reanudado las clases tras el verano y le parecían un siglo. Aunque llevaba toda la vida yendo al mismo colegio todavía no tenía buenas amistades, al ser tan reservada y callada la tenían como la niña rara, y cada día la costaba una barbaridad concentrarse. No estaba a gusto.
                                                        *
         Esther era una niña muy delgada, cosa que se acentuaba más con su estatura, alta. En mayo había cumplido once años. Su cabello era largo y con pelo negro, igual que su madre, a la cual se parecía cada vez más: los ojos color miel y muy grandes lo que la hacía tener una gran expresividad. Debajo de sus grandes ojos se mostraban cientos de pecas que la hacían brillas en los pocos momentos en los cuales se reía…
                                                        *
         Entro el bedel con una nota y se entregó a la Señorita Encarna, la profesora de matemáticas a la que no le gustaba que le interrumpiesen las clases, y menos aun cuando estaba intentando explicar los quebrados… Leyó la nota y oteo al alumnado:
         - Señorita Esther García, su madre le espera en el despacho de la Directora, así que levántese, y en silencio salga de la clase, por favor.
         Esther salió de la clase y se dirigió con el bedel hacia el despacho de la Directora. Cuando entro se encontró a Adela, su madre, explicando a Doña Eulalia que su padre, el abuelo, se había puesto muy enfermo y que tendría que ir al pueblo, al norte de León, para cuidarlo unos días, y que le era imposible dejar a su hija con nadie, ya que su marido trabaja todo el día.
         Lo entendió todo desde el principio, su madre había tomado por fin la decisión de abandonarlo, salir de la casa del Monstruo. Anoche sin que ellos se dieran cuenta, lo vio todo… y falto muy poco para que terminase con Ella, la mano con el cuchillo agarrado con fuerza, el ángulo elevado y los ojos ensangrentados… Se conformó con la patada en el estómago y dejarla allí tirada.
         Adela se giró hacia su hija y le sonrió, le hizo un gesto para que se acercase:
         - ¡Hola Esther! Nos vamos de viaje.- Le dijo.- El abuelo está muy enfermo y nos necesita por un tiempo. No te preocupes, no pasa nada, no perderás el ritmo de las clases, te apuntaras al colegio del pueblo los días que estemos allí.
         Se cogieron de la mano y salieron hacia la boca del metro. Adela esperaba que su hija dijese algo, pero lo único que sintió fue que era precisamente Esther la que apretaba su mano y la tiraba hacia adelante, paso decidido y apresurado… era lo único que tenía en su vida y no la iba a perder. Se bajaron en la Estación del Norte.
         - ¿Te acuerdas que te hable del abuelo? Eras muy pequeña cuando lo hice. No ha venido nunca, no le gusta la ciudad.
         Esther apenas recordaba lo que le dijo del abuelo Damián. Su madre, desde aquella vez no había vuelto a nombrarlo hasta hoy. Sabía que vivía en un pueblo del norte, de la provincia de León, perdido entre las montañas, y que su madre no había vuelto a ir  desde que siendo muy pequeña dejo lo dejo.

         El viaje en tren se le hizo pesado, aunque iba pensando en sus cosas y pendiente de la cara de su madre. Disfruto del cambio de paisaje, según se iban alejando de la ciudad el marrón se convertía en verde, colores más alegres “como nuestras vidas a partir de hoy” pensó. De vez  en cuando miraba el reloj y pensaba que estaría haciendo el Monstruo, habría llegado a casa y al no ver a su madre estaría furioso, de ella ni siquiera se acordaría, nunca la hizo mucho caso, solamente la servía como chantaje… un soga de amarre. Cada metro, cada color más alegre de la naturaleza, la posición del Sol más cerca… eran segundos de felicidad.

         Cuándo el Sol se fue, los ojos de Esther no tardaron en cerrarse, pero fue un solo instante ya que su madre la despertó: habían llegado a León. Cogieron el autobús que las llevaría al pueblo. No iba nadie, vacío. Cuando llegaron,  Adela suspiro, se había quitado de repente trece años de lastre. En el pueblo no había nadie, el autobús generalmente no traía a nadie que se bajase en él, seguía parando por normas de las administraciones, para que los pueblos no se quejasen de que no les hacían caso. Se bajaron, era una parada justo en el centro, el ayuntamiento, la iglesia, rodeados de casas viejas…
      - Venga vamos, que el abuelo nos debe de estar esperando.- Agarro a su hija y se fueron hacia las afueras, hacia la vieja Estación del tren, la casa del abuelo. Se pudo quedar con ella por una módica cantidad, la Compañía Minera Germania y la Compañía del Ferrocarril llegaron a un acuerdo al cerrarse las minas de carbón, ya no haría falta tener una parada en el pueblo por lo que la estación sería abandonada.
                                                        *
         La Estación en los buenos tiempos recibía dos trenes diarios procedente de la capital regional y de los alrededores con los mineros y comerciantes que tenían sus negocios junto a las minas. Por las noches, el tránsito de trenes era de mercancías, que acercaban el carbón al puerto. Casi todo el carbón se exportaba al norte de Europa, a Alemania, de donde era la compañía.
         Había una vía secundaria que venía directamente de las minas a la estación, en donde se dejaban los vagones llenos de carbón y se llevaban los vacíos. La estación era el centro del pueblo, todo el mundo directa o indirectamente vivía de las minas y del carbón que se podría extraer: el que no tenía unas pocas vacas y vivía de la ganadería, no había apenas agricultura, el terreno era abrupto, solamente unas pequeñas huertas para el auto cultivo.
         Pero llegaron los Planes de Desarrollo Económico y Social de finales de los años cincuenta, el país con una política económica cerrada, autárquica, se abría al exterior y a las nuevas fuentes energéticas. La extracción de carbón era cada vez más cara y menos rentable, y los países como Alemania Federal invertían en nuevas tecnologías por lo que poco a poco iban dejando de lado la minería.
         Con los nuevos Planes de Estabilización del gobierno, el país se fue poco a poco modernizando lo que trajo para los pueblos y zonas rurales y paulatina desertización, se produjo una migración interior, hacia ciudades como Madrid, Barcelona o Bilbao. Y eso paso en el pueblo, las minas dejó de ser rentable para el capital exterior y según se fue cerrando la gente emigro hacia la capital, Madrid, en busca de nuevas oportunidades.
                                                        *
         Cuando Adela vio La Estación, por un momento creyó que su corazón se iba a salir del pecho. Seguía tal como la había dejado hacia treinta años, con la zona sur totalmente destrozada por el incendio, por lo que solamente se mantenía habitable lo que era antiguamente las ventanillas de billetes y la parte superior donde se encontraba el dormitorio de sus padres y su habitación. La zona de los billetes se había reconvertido en cocina-sala, y los cuartos de baños para los pasajeros ahora eran los de la casa.
         En la puerta, apoyado en ella, se encontraba un hombre, alto, fuerte pese a su edad: - ¡Hola padre!
         No dijo nada, beso a su hija en la mejilla y miró a la niña, no se atrevió a besarla, no tenía mucho tacto con los niños, había pasado tanto tiempo desde que sus hijos… dejaron de ser… pequeños.
         - Espero que tengas todavía libre mi habitación, la voy a necesitar durarte algún tiempo como ya te he dicho por teléfono.- Adela miraba a su padre con aire de angustia. La relación con él no había sido fácil después de lo que sucedió. Se habían distanciado del todo tras la muerte de su madre.
         Antes de pasar por el banco había mandado un telegrama a la oficina de correos,  le decía a su padre que para la noche estaría allí con su nieta.
         - Pasad dentro, ya empieza a refrescar por las noches. He preparado algo de cena, una sopa de verduras. Para la niña hay leche y galletas, si es que no están rancias.
         Adela sintió una sensación de estar a salvo a los cinco minutos de estar en la casa. El Monstruo nunca se intereso por su familia, no sabía el nombre del pueblo. Las pocas veces que se habían hablado, él demostraba poco interés, ahora se alegraba de eso. En La Estación estarían seguras por un tiempo.
         A Esther le gusto desde el primer momento la habitación de su madre, el olor a madera la encantaba, y como además era una especie de desván, con dos camas y un montón de cosas tiradas, baúles, muebles…
         - Perdona, no he tenido tiempo en preparártelo mejor, mañana cuando nos levantemos lo podremos recoger para que sea más acogedor.
         - No te preocupes. Entiendo que seamos una molestia ahora para ti, pero intentaremos que sea por poco tiempo.- Adela no sabía exactamente el tiempo que iban a estar.
         Esther se tumbó en la cama que quedaba al fondo, justo donde había poca altura, se imaginó que de pequeña su madre dormía en ella. Tenía una pequeña ventana por donde se podía ver todo el pueblo al fondo. Los ojos se le iban cerrando, pero su madre le dijo que había que bajar y cenar algo ya que el abuelo se había preocupado en preparar la cena.
         Fue una cena en silencio. Dio un beso a su madre y cuando fue a darse lo al abuelo, esto se levantó y se fue del comedor.

         El sol entro por la ventana muy temprano, no había cortinas y pensó que tendría que hablarlo con su madre. Fue hasta  su cama pero ya se había levantado “Estará haciendo el desayuno con el abuelo”, se volvió a su cama y se acostó, eso sí, antes puso un trapo que encontró a modo de cortina.
         Debieron pasar un par de horas antes de que se volviera a despertar. Su madre, se vistió rápidamente y bajo al cuarto de baño. Cuando se hubo aseado fue a la cocina, pero allí tampoco estaba, encima de la mesa se encontró en tazón con leche y el bote de cacao para que desayunara. Busco el microondas pero no lo encontró, no había. Tuvo que calentar la leche en un viejo cazo.
         Cuando estaba terminando de desayunar vio que su madre se acercaba a la estación con una señora mayor, bajita, con cara de muy pocos amigos. No podía oír lo que estaban diciendo, pero debía ser algo muy serio ya que el gesto de las dos así lo indicaba.
         - Mira que bien.- Dijo la señora.- hablando del Rey de Roma, por la puerta asoma, aunque en este caso sea reina. ¡Buenos días Esther!
         - Esther, no seas mal educada y saluda a la Señorita María, ella va a ser desde ahora tu nueva profesora, y ya te digo desde este momento que es muy buena pero a su vez muy dura.- Era la maestra del pueblo desde hacía cuarenta años, y eso que vino para hacer una sustitución.
         Esther todavía tenía legañas en los ojos, se había lavado la cara como se la lavan todos los niños a los once años cuando no les ven. Se acercó a la Señorita maría y le dio la mano, cosa que a esta le hizo mucha gracia.
         - Tu madre y yo hemos estado hablando un buen rato y hemos quedado para que empieces mañana mismo, ya verás que no te va a ser difícil coger el hilo, acabamos de empezar el curso, como tú.- Sonrió a Esther y se giró hacia su madre susurrándole algo al oído. Después se despidió de las dos.

         El resto de la mañana se lo pasó en compañía de su madre, se acercaron al pueblo para hacer algunas compras. Había muy poco comercio y todo giraba alrededor de la plaza mayor, donde las había dejado el autobús.
         A su madre todo el mundo la conocía, y se paraban a saludarla. Algunos cuchicheaban entre sí, pero Adela no les hizo ni el mínimo de los casos. Manuel el panadero, había estudiado con su madre, fueron compañeros de clase por lo que escucho, pero no muy buenos amigos ya que se hicieron muchas trastadas. Tras comprar el pan, le regalo a Esther un bollo de mantequilla.
         También entraron al pequeño supermercado de una conocida marca, que tenía de todo, desde charcutería hasta aperos para el campo. Lo regentaba Doña Paula desde que su marido había muerto. Esther pensó que debía tener cerca de cien años. Allí compro su madre varias cosas, sobre todo la comida para ella: crema de cacao, bollos de cacao, cereales de cacao para desayunar, galletas de chocolate… de lo demás que compro su madre no se fijó.
         Regresaron a casa casi a la hora de comer. El abuelo ya tenía preparada la comida, unas alubias. No le hizo mucha gracia a Esther, pero su madre le dijo claramente que se tenía que comer todo lo que se pusiera en la mesa, cocinada por ella o por el abuelo, de lo contrario todo lo que había comprado con cacao no lo iba a ver.
         Durante la comida, todo era silencio, nadie decía nada hasta que su madre le dijo al abuelo:
         - Padre, no te preocupes por la comida de nosotras dos, ya tendré bien abastecida la nevera, y además puedo cocinar, no se me da muy bien pero me defiendo.
         - ¡Qué piensas, que no tengo para daros de comer!- El abuelo estaba ofendido.- Tu ahorra, que por lo que veo te hace más falta a ti que a mi.- Frunció el gesto y continuo.- No soy rico hija, pero tengo lo suficiente para vivir honradamente, y además si hace falta algo en el pueblo no dudaran en dar lo que sea.
         Ahora fue su madre la que frunció el gesto:
         - No hemos venido a vivir de limosna de nadie, y muchos menos a ser una carga para ti. Tengo que pensar en una salida a esta situación, y cuando lo haga nos iremos por donde hemos venido.
         Se levantó y se fue al fregadero, con un gesto hacía Esther la indico que recogiera los platos y se los fuera acercando. Intento disimular todo lo posible las lágrimas que le caían de los ojos: la nueva vida que las esperaba en el pueblo no iba a ser de confort, pero la seguridad de no ver al Monstruo era suficiente.
         Al terminar de fregar, Adela se fue a la habitación. No quería estar con nadie.
         Esther, por su parte se decidió a dar una vuelta por el pueblo. No tenía ni idea por dónde ir, pero tampoco la preocupaba demasiado, es un pueblo muy pequeño. Eran las cuatro de la tarde y hacía un tiempo precioso para pasear, pero no había nadie en la calle, todo desierto, ni un alma. Llego a la plaza mayor, y vio algún anciano sentado a la sombra, no hablaban solo dejaban pasar el tiempo. Se le iban quitando la esperanza de encontrar niños de su edad con quien poder pasar el rato “Tiene que haber niños, si hay colegio, tiene que haber niños” se decía para sí, animándose.
         Al llegar a la iglesia vio a tres niños sentados en las escaleras del pórtico. Esther, que nunca había sido muy lanzada, no se lo pensó dos veces y se fue hacia donde se encontraban. Los tres la  vieron venir, pero tampoco la hicieron mucho caso.
         - ¡Hola! Soy Esther, y soy nueva en el pueblo…- Eran dos chicos más o menos de su misma edad, y  una niña con uno o dos años menos.
         Ninguno de los tres hizo amago de contestarla, ni siquiera la miraron. Se estaba sintiendo ignorada, lo que no la era nuevo, ya sucedía en la ciudad. Se giró para marcharse, y de pronto escucho la voz de la niña que susurraba algo al oído de uno de los chicos.
         - No deberíamos presentarnos nosotros también.
         - ¿Por qué? Es ella alguien especial. Es la nueva y seguro que está de paso en el pueblo, como todos los que vienen en verano.- Se levantó y se acercó a Esther.- No me equivoco ¿Verdad?
         El otro chico aparto a sus dos amigos y se dirigió a Esther.- No hagas caso de Guille, siempre está de mal humor antes de la merienda, lo único que le calma. Yo me llamo Gabriel, y ella es mi hermana Cecilia, Cilia para los amigos, cosa que no somos nosotros ya que ella se nos pega como una lapa.
         Gabriel, era alto y rubio, tenía porte de deportista y se veía que era el líder del grupo. Guille, por su parte era su mejor amigo, era bajito y con unos pocos de kilos de más, pecoso como la misma Esther, con pelo castaño y mofletes sonrojados. Por último Cilia, era menudita, pilla, con dos coletas que la sujetaban el cabello rubio, como el de su hermano, cara de buena con ojos azules,  al reírse se le podía ver la dentadura, a la que le faltaban dos dientes…
         - He oído a mi madre que mañana vas a ir al cole. Eso significa que nos veremos todos allí, que sepas que no hay más que un aula, y en ella estudiamos todos los niños del pueblo, que no somos muchos.- Gabriel se empezaba a soltar.
         - ¿Me puedo sentar con vosotros?- Pregunto Esther.
         No la contestaron nada, pero Cilia le agarro de la mano y la llevo hasta las escaleras.- Siéntate conmigo. A estos dos ya les iras conociendo mejor, son buenos pero se hacen de rogar, y si no fuera por mí, yo creo que ni siquiera se hablarían entre ellos en toda la tarde.
         Esther se sentó con ellos y estuvieron toda la tarde de charla. La contaron varias cosas interesantes, incluso sobre su madre ya que sus padres habían sido compañeros de pequeños. Los padres de Guille eran los panaderos, Manuel, el que la había regalado el bollo de mantequilla por la mañana, y Pepa. Los padres de Gabriel y Cilia no vivían en el pueblo durante toda la semana, solo venían sábado y domingo. Ellos estaban con los abuelos maternos.
         Sin darse cuenta las horas fueron pasando. Se echaron varias risas a costa de Guille y el sonido de sus tripas. A las ocho llego la hora de despedirse.
         - Mañana a las ocho menos diez estaremos delante de La Estación para ir juntos al cole.- Dijo Gabriel mientras se alejaba.
         - Creo que a mi hermano le gustas…- le susurro riéndose.
         - Vamos Cilia, que luego la bronca me la llevo yo.
        
         Para Esther había sido una buena tarde, pero de camino a La Estación se preguntaba “¿Cómo estará mama?” Espero que se le haya pasado, estamos mejor solas.
         Le parecía tres buenos chicos “Ya tengo pandilla” grito antes de entrar. Estaba contenta, nunca se hubiera imaginado poder hacer amigos tan pronto. Se acostó pronto, mañana será un día especial: nuevos compañeros, nuevo colegio, nueva profesora… nueva vida.
         Lo único que la quitaba el sueño era el Monstruo. Intentaba cambiar siempre que podía los últimos pensamientos del día, creía que así, cuando se durmiese podría soñar con estos últimos pensamientos, sería un sueño agradable, nada de monstruos… sólo juegos y cosas agradables.
         Tal como le habían prometido el día anterior, le estaban esperando en la puerta de la estación para ir juntos al cole. Era una mañana preciosa de otoño, y Esther estaba feliz con sus nuevos amigos. Guille no paro de hablar, contaba todo lo que se le venía a la cabeza, algunas de las cosas eran verdaderas incongruencias pero todos le reían las gracias, por el contrario tanto Gabriel como Cilia no abrían la boca.
         Pronto llegaron a la puerta del colegio, era bastante pequeño, solo tres aulas donde se mezclaban los cursos de primaria, una era para los más pequeños, otra para los que cursaban de cuatro a doce años y por último la preparatoria para acceder al bachillerato que se cursaba en la capital de provincia. Todas las mañanas venía un microbús a recoger a tres alumnos que lo cursaban.
         A las nueve en punto se abrió la puerta del aula y entro la Señorita María.
- ¡Buenos días niños! Como veis tenemos nueva alumna.- Dirigió la mirada hacia Esther, indicándola con la mano que se levantara.- Se llama Esther, es la nieta de Damián, el viejo jefe de estación, por lo tanto para nosotros es una más del pueblo.
Toda la clase dijo en voz alta “¡Hola Esther”. Y ella, que en realidad era muy tímida, esta vez se sintió muy a gusto, mucho tenía que ver que eran pocos. Se levantó como la había indicado la Señorita María y los saludo. Espero de pie a que alguno soltase alguna broma como era costumbre en su antiguo colegio, pero nadie dijo nada “Vaya alivio” pensó para sí. Se sentó en el pupitre y Cilia le golpeo en el hombro en señal de que todo había pasado.
Lo que no cambiaba era el paso de las horas en clase, se hacían eternas, además al ser alumnos de distintas edades, la Señorita María se tenía que dedicar a explicar las materias casi individualmente, solo algunas materias eran compartidas por todos los alumnos y esas si podía dar la lección desde el encerado. En matemáticas, que era la primera clase del día, dividía la pizarra en tres, poniendo problemas de distinto nivel, cada uno copiaba el suyo en el cuaderno y luego pasaba por entre los pupitres explicando la materia…
A Esther todo esto la parecía un caos, “Pobre profesora, no sé cómo no se ha vuelto loca, debe terminar sin saber lo que ha explicado durante todo el día”. Pero no era así, ya que los años eran experiencias, y la Señorita María dominaba el arte de la enseñanza a la perfección.
Sin darse cuenta, ya eran las once, el recreo. Todos salieron al patio, y Esther se dedicó a contar cuantos alumnos había en total en el colegio, contando las tres aulas: veintisiete. En el fondo no la sorprendió mucho, incluso llego a pensar que no pasarían de quince.
Tras la media hora del recreo, llego la clase de sociales, y esta clase se dio para toda el aula: historia.  Fue algo sobre la época medieval, la verdad es que a Esther se le fueron cerrando los ojos “Menudo royo se está tirando…”.
Las horas fueron pasando lentamente, y al terminar la última hora, salieron todos en estampida, reuniéndose los cuatro a la puerta del colegio. Guille, que si se había dormido en la clase de historia, aunque disimulaba muy bien, fue el primero en hablar:
- ¿Qué tal Esther en tu primer día?
- Bien, un poco lío lo de compartir las clases, pero seguramente que me llegare acostumbrar…
Quedaron en salir por la tarde pronto, aprovechando que era la última semana que iban a tener clase solamente por la mañana, a partir de la semana siguiente comenzaba el horario de otoño-invierno.
                                               *
El pueblo se encontraba bastante aislado en cuanto a comunicaciones, no había red para internet y móviles, lo cual para los locales no tenía ninguna importancia. La televisión que se veía era las nacionales, no había llegado aún las privadas y el gobierno de la comunidad no tenía ninguna prisa en colocar la antenas que hicieran posible poder sintonizarlas.
Los jóvenes del pueblo apenas conocían lo que era las consolas de videojuegos, solo un par de ellos las tenían para jugar con ellas en el invierno. La juventud prefería salir y jugar en la calle, no había ese afán de aislamiento que tienen en las grandes ciudades. El tiempo parecía que se había detenido en una vieja película en blanco y negro.
Se podía jugar en la calle hasta altas horas en verano, el tiempo lo permitía, y también ayudaba el poco tránsito de coches. Calles segura para todos, difícil de encontrar de donde venía Esther.
Tendría que acostumbrarse, pero no lo sería difícil, siempre fue una niña a la que no le gustaban mucho las nuevas tecnologías, incluso la televisión la aburría. Prefería un buen libro de aventuras para entretenerse. Lo único que podría echar de menos son las clases que se daban con vídeos y las nuevas clases de informática, cada uno con un ordenador personal.

Después de comer, como habían quedado se reunieron en el pórtico de la iglesia, que era el lugar dónde siempre se juntaban. Cuando Esther llego ya la estaban esperando.
- ¿Qué vamos a hacer hoy? Me gustaría conocer mejor el pueblo y sus alrededores. ¿Qué es lo que soléis hacer?- Esther quería salir un poco, veía tanto campo que pensó que estaría bien descubrir nuevos sitios para poder correr aventuras que en la ciudad no eran posibles.
- Hoy vamos a llevarte a nuestro lugar favorito, te vas a quedar helada.- Contesto Guille.- Es nuestro escondite y no le debes decir a nadie que vamos allí, en el pueblo se cuentan muchas historias de miedo, dicen que se oyen voces, pero la verdad es que nosotros vamos muy a menudo y no hemos oído nada…
Esther escuchaba lo que estaba contando muy atentamente, sin saber si la estaba tomando el pelo o lo que decía era verdad. Miró a Cilia y a Gabriel y no se reían, por lo que intuyo que podía ser verdad de que ese lugar estuviese embrujado y se oyesen voces.
- No le hagas caso…- Le interrumpió Gabriel.- De todos modos tu deberías saber la historia que se cuenta en el pueblo, ya que es tu madre y tus tíos los protagonistas.
- No sé de qué me estáis hablando, mi madre apenas me cuenta nada del pueblo, y nunca me ha dicho que tuviera hermanos, y el abuelo tampoco.

Comenzaron a andar en silencio, de repente a nadie le apetecía hablar. Salieron del pueblo y cogieron el viejo sendero hacia las minas. Llegaron a un cruce y se desviaron siguiendo las vías abandonas del tren de carbón. Cuando ya se habían alejado bastante, vio que algo brillaba frente a ellos, estaba encima de las vías, según se iban acercando se hacía más grande. Esther comenzó a divisar el morro de una gran máquina, delante de ellos se encontraba una vieja locomotora. Abandonada en la mitad de una inmensa vegetación, pero bien conservada, recién pintada y reluciente: de color negro, con ribetes rojos en la parte delantera y en las ventanas. También llevaba de color rojo todas las llaves de funcionamiento de la maquinaria de la caldera. La chimenea delantera tenía dos aros de color oro. En frente, todavía mantenía el foco de luz, y en la cabina un silbato que aún emitía su sonido…

- ¡Qué! ¿Te gusta?- La pregunto Cilia.- Pues tu abuelo era el maquinista antes de acabar como jefe de estación. Tu madre te debería haber contado lo que se dice en el pueblo sobre ella y sus dos hermanos… tus tíos.
- ¡No te pases Cilia!- Le recrimino Gabriel.- Si ella dice que no sabe nada, debe ser así. Igual se madre no la contado nada porque sus dos tíos murieron muy jóvenes…
Gabriel hizo una pausa y miro a Esther la cual tenía dos lágrimas apunto:
- Esther, se dice que el más pequeño se mató aquí, se cayó de la locomotora y se golpeó la cabeza contra los escalones.
Esther comenzó a temblar, mientras sus tres amigos se subieron a la locomotora y simulaban que se ponían en marcha. De repente tuvo una sensación rara, y comenzó a correr pero a los pocos metros se detuvo y giro, y volvió. Seguía con esa sensación, una atracción a la máquina, los bellos de los brazos se erizaron y un cosquilleo recorría entre los dedos de su mano derecha, como si alguien la estuviera saludando. Se miraba la mano, y cerro el puño como si agarrase a alguien para dar un paseo “No hay nadie a mi lado” se decía, pero sentía que sí, que junto a ella había alguien que observaba la locomotora.
- No te preocupes Esther, no hay que creerse todo lo que se cuenta en los pueblos. Seguramente que tu madre no te habrá contado nada porque eres muy pequeña y eso sucedió hace muchos años…- Guille le guiño el ojo, se estaba arrepintiendo de lo que la habían contado, “A lo mejor nos hemos pasado”.
- ¡Anda, sube! Vas a ver que alucine, todavía conserva los mandos, incluso el silbato… Ven, no seas tonta.- Gabriel también intentaba pasar de lo que la habían dicho…- Perdónanos, no hemos sido buenos anfitriones…
Pero Esther  no escuchaba, tenía la mano cerrada y eso le producía relajación. Seguro que había alguien a su lado.
No podía creer lo que había escuchado de sus amigos, no podía ser, su madre algo la hubiera contado. Además estaba también la sensación de que no estaba sola.
De vuelta al pueblo no dijo ninguna palabra, estaba encerrada en sí, como se lo iba a decir a su madre. Igual se enfadaría por tocar el tema, si en tantos años no había dicho nada sería por algo “Si, seguramente habrá algún motivo por el cual no me lo ha contado”.
Mientras, sus amigos iban contando chistes y burradas  a la cual mayor en un intento de distraerla. De vez en cuando Cilia se la acercaba y la preguntaba si estaba bien, los chicos entendieron que lo mejor era no agobiarla, mañana será otro día y se le habrá olvidado.
Se despidieron y se fueron cada uno a su casa, quedando para volver a ir todos juntos al cole al día siguiente.

Esther entro en la cocina donde estaban su madre y el abuelo. Adela andaba preparando la cena y Damián estaba sentado en la silla mirando fijamente el vaso de vino que tenía a medias encima de la mesa.
- ¿Qué tal la tarde, hija?- La pregunto Adela cuando había terminado de preparar la tortilla de patata.- Parece ser que has hecho amigos muy pronto, eso por lo menos me han dicho en la panadería.
Esther dudaba si era mejor no decir nada, así que se limitó a decir un “Bien. Si tengo nueva pandilla”, y se fue directamente a lavarse las manos para cenar.
Durante la cena, Adela empezó a sospechar que algo no iba bien, Esther no había terminado su ración de tortilla, su plato favorito, y parecía estar en otro sitio, distraída en sus pensamientos.
- Esther, hija, ¿Te pasa algo? ¿No esta buena la tortilla?- A lo mejor está cansada, demasiadas emociones en pocos días.
- Mama, hoy hemos estado dando una vuelta por los alrededores del pueblo…
- Eso me parece muy bien.- La interrumpió mientras la retiraba el plato de la mesa.
-… y hemos ido a un lugar donde había…- Esther fijo la mirada en su madre para ver como reaccionaba.-… una vieja locomotora de tren.
Adela que quedó paralizada, ni siquiera reacciono cuando el plato que llevaba en la mano se le cayó rompiéndose en mil pedazos. Empezó a temblar. El abuelo, como si una descarga eléctrica le hubiese caído en el cuerpo, levantó la cabeza y miró a su hija, la cual giro la cabeza para entrecruzar las miradas, y los dos a la vez se volvieron hacia Esther. El abuelo la señalo:
- ¡Qué has dicho!- Le grito.- Te prohíbo que vuelvas a ese lugar, esta maldito. No quiero volver a oír nada de esa dichosa locomotora. ¿Has entendido?
- Dos cosas debes saber...- Continuo.- De esta casa la zona en ruinas, quemadas, están prohibidas para ti, y la locomotora también, pero no solo esta va para ti, también para los demás mocosos…
Se levantó rumiando en bajo y se dirigió hacia Esther de muy malas maneras:
- Ya sabía yo que no era buena idea que vinieseis aquí.
Acerco se cara contra la de su nieta y la dijo con una voz seca y dura “Espero mocosa que te olvides de la locomotora y de todo lo que cuentan de ella”.  Se fue de la cocina dando un portazo.
Esther miro a su madre, esta estaba llorando. Un viejo recuerdo que tenía casi olvidado la había vuelto a sacudir. Hay cosas que es mejor no desempolvar, dejar pasar el tiempo, no recordar… pero Esther, ella no tenía la culpa, era una niña, como lo fue ella cuando sucedió… no había sucedido, todo era un mal sueño… “No la recuerdo, mi infancia se termino aquel día en la locomotora”.

- Mama ¿He hecho algo malo?- Esther estaba temblando, aunque estaba acostumbrada a los gritos del Monstruo y los lloros de su madre, ahora si pensaba que había sido culpa suya que su abuelo se hubiera enfurecido.
- No hija, no has hecho nada malo. Lo que pasa es que el abuelo no está a gusto con la gente. Hay cosas que se viven mejor en soledad.

Esther se levantó y abrazo a su madre, no sabía cómo reaccionar por lo que se fue a la cama, se metió en ella sabiendo que no podría pegar ojo. ¡Como se había puesto el abuelo!
Hacia los doce, la puerta de la habitación se abrió, pensó que su madre se iba a meter en la cama, pero no, se acercó a ella con un gran vaso de leche con cacao y unas galletas:
- Con tanto disgusto, al final te has venido sin cenar.
- No tengo hambre.- De tanto dar vueltas a la cabeza lo que menos le importaba era el ruido de su estómago por estar vacío.
- Esther, hija, te voy a contar todo lo que paso hace treinta años. Quiero que me escuches atentamente.- Su madre estaba muy seria, sabía que los sucesos fueron terribles, pero no se acordaba más que de una pequeña parte.- Son acontecimientos de muy mal recuerdo tanto para tu abuelo como para mí. Espero que a partir de mañana te olvides del tema y te centres en estudiar y pasártelo bien, como una niña, pero sin volver a sacar el tema e ir a la locomotora.- Aspiro…- ¡Me lo tienes que prometer!
- Si mama, te lo prometo.- Esther prometió como lo suelen hacer los niños a su edad, con los dedos entrecruzados debajo de las sabanas.
 



















2ª PARADA: LA LOCOMOTORA

         “Éramos tres hermanos, Héctor el mayor, tenía dos años más que  Pablo y Yo, éramos mellizos. Los dos admirábamos a Héctor por ser nuestro hermano mayor. Este siempre que podía acompañaba al abuelo a la mina en la locomotora, también le ayudaba en la rutina diaria de la estación. El abuelo nunca nos prestó mucha atención ni a Pablo ni a mí”.
         “Al ser el mayor, nuestra madre, la abuela Matilda, le había ordenado a Héctor que siempre cuidase de nosotros, y que nos acompañase a cualquier lugar para velar por nuestra seguridad, por lo que cuando no estaba ayudando al abuelo siempre estábamos los tres juntos, cosa que le molestaba mucho ya que se sentía como una niñera. Discutió mucho con la abuela por ello, pero en eso la abuela era muy estricta, aunque el abuelo estuviese de  parte de Héctor”.
         “Con diez años nos tocó vivir el cierre de la mina y el paulatino decaer del pueblo y con ello, los habitantes se iban yendo, cerrándose los comercios y abandonando las casas. La estación ya no recogía gente, y el tren apenas tenía paradas en ella. Los pocos habitantes que se quedaron tuvieron que cambiar de mentalidad para poder buscarse una nueva manera de vivir, volver a sus orígenes de una economía autóctona. Como comprenderás, esto fue llevado de diferente manera por la gente, el abuelo creo que nunca ha llegado acostumbrarse”.
         “Héctor cada vez más adulto se sentía muy a disgusto con nosotros dos, y cada vez que podía, y no estaba la abuela cerca, imponía sus decisiones a base de tortazos. Al abuelo eso no le importaba, era la misma forma de educación que el daba y que había tenido, por tanto te puedes imaginar cómo nos sentíamos, pese a todo, como te he dicho antes, lo admirábamos por ser nuestro hermano mayor”.
         “Un día, después del cole, en vez de venir directamente a casa, nos fuimos por las vías abandonadas. Héctor sabía que allí estaba la vieja locomotora. Él la había manejado, el abuelo le había enseñado. Para Pablo, la locomotora fue un lugar de juego especial, desde ese mismo día la atracción que le produjo a mí no me gusto, no. Cuando llegamos, Héctor impuso sus normas, nos dijo claramente que la locomotora le pertenecía y que él y solamente él decía quién podría subirse en ella. También nos dijo que no tendríamos que decirle nada a papa ni a mama de que íbamos a jugar a las vías , tuvimos que jurárselo, probablemente lo hicimos como tu antes, con los dedos entrecruzados”.
         “- Bien mocosos, yo soy el maquinistas y vosotros dos los fogoneros, tenéis que traer ramas para la caldera, ir recogiéndolas por los alrededores.- Y con eso, él se subía y nosotros nos íbamos a recoger la leña. Yo le decía a Pablo que no estaba bien que fuéramos nosotros solos los que recogíamos, pero estaba tan entusiasmado con la idea de poder jugar en la locomotora con Héctor que lo único que hacía era recoger leña lo más rápido posible”.
         “Pablo no hacía más que preguntar a Héctor cosas de la locomotora:- ¿De qué tipo es, Héctor?-. - Es una locomotora alemana, construida por Borsig, llamada Estanislao…- Todo lo que nos decía dándosela de importante era lo que el abuelo le había contado anteriormente.- … con un ancho de 650mm y una potencia de 020WT…- Seguramente, si le hubiéramos preguntado qué significaba lo que nos había dicho se habría mosqueado con nosotros, ya que no sabría lo que es. Pablo siguió preguntado: - ¿Y es muy vieja?-. - … Si, creo que de principio de siglo, de mil novecientos diez más o menos… pero basta ya de preguntas e ir a por leña.-“
         “Tras ese primer día, Pablo intentaba siempre convencer a Héctor para ir a jugar a la locomotora, esperanzado de que alguna vez le dejase ser el maquinista. Yo sabía que no iba a ser así, si nos había llevado allí era por si acaso nos pasaba algo a nosotros y él no estaba cerca, eso le hubiera conllevado una gran bronca de la abuela. Nos tenía a la vista recogiendo las ramas y él disfrutaba de sus fantasías”.
         “Como te iba contando, Héctor era muy reservado con todo el mundo menos con nosotros, donde realmente expresaba su verdadera personalidad. Un día, de vuelta del cole, nos fuimos de nuevo a jugar a la locomotora, pero esta vez Pablo iba con la intención de negarse a ir a recoger leña. Y aun así, seguía con las preguntas, esta vez sobre el funcionamiento de la máquina, había cambiado de táctica, pensaba que si le daba cuerda para que le contara  todo lo que sabía sobre el funcionamiento, Héctor le dejaría ser el maquinista: -¿Cómo funciona?- . – Mira, muy fácil, se abre el hogar y se introduce el carbón, en nuestro caso las ramas que habéis recogido… al quemarse con el fogón se produce el calor suficiente para que el agua hierva en la caldera, llegando a una temperatura en la que se convierte en vapor, abrimos las llaves de las válvulas para que el vapor con su fuerza pueda mover los pistones de los cilindros, que hacen  que las bielas se muevan y con ellas las ruedas…- A Pablo, le pareció que su táctica  funcionaba., así que siguió con ella: - Y la arena, ¿Para qué es?- Y Héctor seguía contándole lo que sabía, pero ya se le veía que se estaba cansando de ello:- verás, aquí, sabes que hace un invierno muy frío, y además hay muchas subidas, para que no resbalen las ruedas en los raíles, vamos soltando un poco de arena… y ya está bien, bájate y trae más leña, aquí el maquinista soy yo.-Pablo no quiso bajarse…”
“Recuerdo, que no tenía ganas de estar allí, a mí, la verdad, ya había empezado a aburrirme ese lugar. Como comprenderás, tenía otras cosas más interesantes en la cabeza, estar con niñas de mi edad, me encantaba leer… así que ya no preste ninguna atención de la bronca que empezaron los dos. Ya te puedes imaginar quien la gano.”
         “De vuelta a casa, Pablo tenía la cara roja, le pregunte si le había pegado y me contesto que no, que era del sol, pero eso no era del sol, seguro que le había atizado, así demostraba quien era el mayor. Ya en casa, mama nos preguntó qué tal nos había el día y porqué habíamos tardado tanto en volver a casa, ninguno contestamos y Pablo se fue directamente a su habitación. Mi madre salió detrás de él, y al rato cuando regreso de la habitación fue en busca de Héctor que estaba ayudando al abuelo a recoger algunos fardos que había dejado el tren de mercancías: - ¡Qué le has hecho a tu hermano! No se te vuelva a ocurrir volver a tocarlo ¿Me entiendes?- Le estaba agarrando de los hombros al tiempo que lo zarandeaba. El abuelo, sin saber el motivo de la discusión, defendió a Héctor lo que originó una gran pelea entre ellos, ya sabes Esther, el uno le decía que nos tenía consentidos y la otra de que a él  no le importaba nada sus dos hijos menores… Nada que no se supiera…”.
         “Al día siguiente, Héctor desobedeciendo las ordenes de la abuela, nos volvió a llevar a la locomotora, a mi directamente, eso si, muy amablemente, me dijo que me fuera a recoger flores, que le iba a enseñar a Pablo a manejarla…”
        
         Hasta ese momento, Adela estaba contando la historia muy tranquila, pero cambio su expresión, de sus ojos afloraron lágrimas que a Esther le llegaron a la garganta, se había quedado muda, quería decir a su madre que no se preocupara, que si no quería seguir no pasaba nada… pero Adela se recompuso, sonrió y la acaricio la mejilla:

         “Fue la última vez que vi. a mi hermano Pablo con vida. Me aleje un poco, pero pude ver como cuando subía la máquina… se caía… cayó de muy mala manera… golpeándose contra el primer escalón de metal… él médico dijo después que se había roto el cuello… Salí gritando hacia él, pero… ya no contestaba… le cogí de los hombros… le dije que me dijera algo… no se movía… tenía los ojos abiertos… mirando hacia arriba, hacia Héctor…”

         - Mama, no sigas, ya me lo contarás.- Esther estaba llorando igual que su madre. Se le estaba encogiendo el corazón de verla…
         - No, déjame terminar, de lo contrario jamás lo contaré.

         “Héctor me cogió de los hombros, por detrás: - Ha sido un accidente, se ha resbalado y se ha caído.- Ponía cara de pena, pero se le veía que era forzada. -…no he podido sujetarlo.”.
         “Comencé a correr hacia casa, pidiendo ayuda: - Ayúdenme, mi hermano está muy mal… está mal herido.- Héctor lo oyó y salió tras de mí, y no tardo en alcanzarme… me tiró sobre la hierba, y agarrándome del cuello me amenazo: - Si cuentas algo a los padres, será lo último que hagas… Ha sido un accidente ¿Me entiendes hermanita?- Y continuo: - Te echare la culpa a ti, que me habéis hecho venir aquí para que jugaseis y que en un descuido os habéis subido a la locomotora sin mi permiso…- Cuando llegué a la estación no me atreví a contar la verdad, y solo conté como pude que Pablo se había caído.”
         “Todas las noches veo a mi madre salir corriendo en busca de Pablo, no se me olvidará jamás. Fue la primera en llegar, el abuelo salió en busca del médico…”
         “Al preguntarnos lo que había pasado, Héctor fue el que habló: - Estábamos viniendo hacía aquí cuando Pablo me ha preguntado si podíamos ir a la locomotora, y como el otro día nos enfadamos por ello le he dicho que sí… que le iba a dejar ser el maquinista… y cuando ha empezado a subir no se ha sujetado bien al asa de apoyo y se ha resbalado, cayéndose contra el escalón… yo he intentado sujetarlo… - Todo contado mientras lloraba… fue una gran interpretación…: - … no he podido sujetarlo… es culpa mía…- Entonces el abuelo abrazándole le dijo que no, que no era culpa de nadie, que había sido un accidente, mala suerte…”

         - Mama, ¿Por qué no dijiste nada a la abuela? Ella te hubiera creído.
         - No lo sé, le tenía mucho miedo, y al decirme que la idea de ir fue mía… pensaba que me culparían.
         Adela, se quedó en silencio, pensativa, miro a su hija y se vio reflejada con once años: - Desde ese día no he vuelto a la locomotora y espero que tú tampoco vuelvas.
         Esther tenía muchas preguntas que hacer, no sabía si su madre estaría dispuesta hoy de continuar, pero se arriesgó y preguntó:
         - Y de tu hermano Héctor, ¿Qué ha sido?
         - Eso hija, viene ahora, aún no he terminado:

         “Pasaron dos semanas desde la muerte de Pablo, y todo parecía que había vuelto a la normalidad, papa trabajaba en la estación, preparándola lo mejor posible para que se pareciera un hogar… mama, la abuela, lloraba por todos los rincones, a solas, delante de nosotros y de toda la gente no mostraba su dolor… y Héctor, como si nada hubiese pasado, todo el mundo se creyó lo del accidente y él no había tenido ninguna culpa, es más, incluso mi madre parecía que tenía mejor relación con él.”
         “Una noche, cuando ya estábamos acostados, se originó el incendio que destruyó la parte que has visto que no se ha arreglado todavía. Allí estaba la habitación de Héctor. La abuela vino corriendo y me despertó: - Sal rápido, hay fuego en la casa.- Pude salir sin problemas. Desde fuera podía oír los gritos del abuelo: - Héctor, no puedo abrir la puerta… hijo intenta salir…- Estaba atrapado, no podía salir por ningún sitio ya que su habitación era la parte del desván en la que solo había una ventana redonda pequeña, por lo cual él no entraba… la única salida era la puerta. Por fuera, a la puerta le faltaba el pomo, por eso estaba atrancada… el abuelo intento derribarla, pero le fue imposible… Héctor murió en ese incendio y por eso el abuelo no quiere arreglar esa parte de La Estación.”
         “A la mañana siguiente, mientras sacaban el cadáver, se me acerco la abuela y me dijo algo que todavía tengo grabado en la memoria:- Yo también se la verdad, hija, cuando estés preparada lo sabrás.- No sé lo que me quería decir, continuo: - Me lo contó el día que paso todo…- Creía que mi madre deliraba, hasta que dijo: .- Cuando estés preparada, lo sabrás.- Mire a mi madre, y estaba sonriendo. Me fije en su mano derecha, tenía algo agarrado. Se la abrí, y era el pomo de la habitación de Héctor: - Mama, pero ¿qué has hecho?”

         - Y esa es toda la historia. Ahora a dormir.
         - ¿Qué es lo que te quiso decir?- Ahora lo que menos quería Esther era precisamente dormir.
         - No lo sé. A dormir. 
         - Nunca has pensado en ello, no es normal que tu madre tuviese el pomo de la puerta, algún sentido tendría para ella hacer lo que hizo.- Esther estaba muy intrigada.
         - Yo tampoco creo que fuese normal, hija. La verdad es que desde que sucedió lo de Pablo, todas las tardes, antes de las cinco, la abuela salía y no volvía hasta el final de la tarde.- Adela mirando a la pared, como si hubiera quedado en blanco reflexiono en voz alta.- … lo extraño es que me dijo varias veces que me estaba esperando, que tenía que volver…
         - Volver adonde, mama.
         - A dormir preguntona.
         Esther no iba a esperar otra oportunidad para seguir preguntando, sabía que si no lo hacía ahora volver a sacar el tema era complicado, así que pregunto lo primero que le vino a la cabeza, y era porque su madre le había dicho que la abuela salía antes de las cinco.
         - Bueno hija, y con esto te vas a la cama que mañana tienes que ir al cole.- Su madre se levantó y se dirigió a la ventana mientras se desvestía para ponerse el camisón.- Has visto el reloj que hay en el andén, está parado a las cinco y cinco, hora en la que se produjo la muerte de Pablo, nadie ha sido capaz de ponerlo en marcha. La abuela iba todas las tardes, a la misma hora… a la locomotora para estar con él. Se le había ido la cabeza.
         Adela se metió en la cama y apagó la luz:- Buenas noches, Esther.
         - Buenas noches, mama.










3ª PARADA: EL NIÑO DE LA LOCOMOTORA

         A Esther le costó más de lo normal levantarse a la mañana siguiente. Tenía muy fresca toda la conversación que había tenido la noche anterior con su madre. Se vistió muy rápido y bajo los escalones de dos en dos. En la cocina estaba su madre, ya tenía el desayuno encima de la mesa.
         - Buenos días dormilona. Desayuna deprisa que creo que tus amigos te están esperando fuera para ir juntos al cole.
         - Vale.- Ni siquiera se sentó, bebió el cacao y cogió dos galletas para el camino.
         Cuando estaba por la puerta, una mano le cogió por la muñeca, era el abuelo:
         - No tan aprisa. Tengo algo que decirte.- La estaba mirando fijamente con cara de pocos amigos.- Al terminar el cole esta tarde quiero que vengas directamente aquí, nada de escapadas donde tú ya sabes ¿Me entiendes?
         - Abuelo, me estás haciendo daño.
         - Suéltala, no ves que la das miedo.- Su madre le estaba gritando al abuelo.- Ya sabe ella que no tiene que volver allí.
         - Más te vale mocosa, y en cuanto a ti…- Dirigiéndose a Adela.- Lo mejor es que resuelvas lo que tengas con tu marido y vuelvas con él, quiero estar sólo, como todos estos años, que no te has acordado que tenías padres.
         - No me vengas con esas, si me alejasteis de vosotros tras lo de mis hermanos, me mandasteis a Madrid con la tía urraca esa.
         Fuera, estaban esperándola la pandilla. Comenzaron a andar las cuatro sin decirse nada, parece que no tenían ganas de comentar lo que había pasado el día anterior.
         El cole, por primera vez desde que estaba en el pueblo, le resulto aburrido. No atendía a las explicaciones de la Señorita María, y las burradas que soltaban los niños no le hacían ninguna gracia, solo quería que pasasen las horas cuanto antes mejor. Incluso en el recreo prefirió sentarse alejado de las demás niñas, no hizo caso a Cilia cuando esta la invito a meterse en medio de la comba… no tenía la cabeza para juegos.
         Fue a La Estación a la hora de comer preguntándose qué panorama se iba a encontrar en ella, pero el abuelo no estaba cosa que le alegro, no tenía ganas de verlo, se había comportado con ellas muy mal. Su madre la sonrió, y la puso la comida, un guiso de patatas con conejo.
         - No te olvides a la tarde de volver directamente a casa cuando salgas.- Le recordó Adela.
         - ¿Por qué mama? Y si los demás quieren dar una vuelta. Hoy es viernes y mañana no tengo que ir.
         - Mañana, nos acercaremos a León parar hacer algunas compras, necesitas algo de abrigo… Ya hace frío, anoche tuve que echarme una manta de más.- Adela se cerraba la bata en señal de que sentía frío.- Tú no sabes lo malo que son los inviernos aquí.
         Así que Esther, a la salida del cole por la tarde se tuvo que despedir de los amigos:
- Yo me tengo que ir a casa. Ya nos veremos.
- Espera Esther.- Gabriel se le acerco.- Mañana es sábado, acércate a media mañana a la plaza, solemos quedar para ir a andar en bici por los alrededores.
- No puedo, mañana voy a ir con mi madre a la capital a comprar ropa.- Esther  abrió la boca y se puso la mano en señal de lo que le aburría ir con su madre de compras.
- Pues entonces el domingo nos vemos.- Guille también se la había acercado.- Primero vamos a misa, es un coñazo, pero bueno, después quedamos para dar una vuelta.
- Vale.- Respondió Esther, mientras le decía a dios con la mano a Cilia. Y de espalda, cuando se iba alejando les dijo: - Aunque eso de ir a misa, no es lo mío. 
Esther paso toda la tarde en la habitación, intento hacer los deberes que le habían puesto en el cole, pero no se concentraba así que los dejo para el domingo. Prefirió buscar entre los baúles y cajones algo con lo que entretenerse, pensó que su madre tendría algún juguete suyo viejo… pero no encontró nada “Qué infancia más triste tuvo que tener”, cuando ya estaba perdiendo la esperanza de encontrar algo con lo que entretenerse, vio atados con una cinta, varios libros en el fondo del baúl. Recordó que su madre le había contado anoche que le gustaba mucho leer.
Saco los libros, eran una colección sobre una niña que se llamaba Esther, “No creo que mama me pusiera el nombre por estos libros”. Empezó a ojearlos y sin darse cuenta ya estaba por el capítulo dos del primero de los libros… se echó encima de la cama y continuo hasta la hora de la cena, tuvo que subir su madre dos veces para que dejara de leer y bajara a cenar.
El abuelo tampoco estuvo en la cena.
A la mañana siguiente, temprano, su madre fue a despertarla, tenía poco tiempo ya que iba a pasar un autobús a las diez y era el único en todo el día. Se puso la ropa más abrigada que había traído, pero tenía razón Adela cuando le decía que le hacía falta vestimenta de invierno, hoy ya notaba frío. Octubre se acababa, el otoño se iba haciendo más duro.
Cogieron el autobús, el mismo que las había acercado el día que vinieron. En poco menos de una hora, llegaron a León. No es muy grande y destaca sobre todo por su catedral y su parte antigua, con varios monumentos y edificios de diferentes estilos arquitectónicos. Pero ellas no estaban para un recorrido turístico sino para hacer compras. Recorrieron varias tiendas locales, pero el precio era excesivo, así que Adela opto por ir a grandes superficies, en donde los comercios eran más baratos y se lo podría permitir. En casa del abuelo no hacia gastos, aun así el dinero que había ahorrado se iba agotando, sabía que tendría que buscarse algo para ganarlo.
Esther, iba creciendo, la ropa de niña ya no la interesaba, ahora se fijaba en tiendas con ropa juvenil, estaban todas seguidas, salías de una y entrabas en otra. Mientras ella miraba lo que la gustaba, Adela miraba el precio y con un solo gesto de la cabeza ya sabía si podía probárselo o no.
Pasaron el resto de la mañana de tienda en tienda, ya tenían el abrigo y pantalones de invierno, dos por uno en oferta, aprovecharon la oportunidad, también compraron la ropa interior, esta vez para las dos. Dejaron para la tarde los niquis y los jerséis. 
A la hora de comer se decantaron, bueno mejor dicho fue exigencia de Esther, por un restaurante de comida rápida: hamburguesas con patatas y un refresco de cola. Eso le traía recuerdos, de cuando los domingos iban las dos con el Monstruo al centro y les llevaba a comer un menú de estos, no era porque quería complacerlas, sino porque era lo más barato y así creía que cumplía como padre y marido, sacando a las dos a comer fuera ese día, después de misa.
Antes de volver al centro comercial, Adela pensó que era mejor dar una paseo por un parque céntrico que había, aprovecharían el sol, que aunque no calentaba mucho se agradecía.
- Mama.
- Si Esther.
- ¿Vamos a volver algún día a Madrid?
Adela no se esperaba esa pregunta. La verdad es que no había hablado todavía al respecto con ella. La había hecho abandonar su vida sin ningún tipo de explicación, pero antes de que la contestara, Esther siguió hablando:
- Sé que no tenemos que volver con él, no me refiero a eso. - En ese momento cogió la mano de su madre.- Quiero decir, ya que las cosas no están bien con el abuelo, y los recuerdos que tienes del pueblo cuando eras pequeña no son buenos, a lo mejor has pensado…
Adela interrumpió a su hija:
- Hija, todo es muy complicado. Te pido perdón por haberte arrancado de tu vida anterior, si es eso lo que quieres, veo difícil ahora mismo volver.
- No mama, estoy muy a gusto en el pueblo, a pesar de lo que me contaste el otro día… Te he visto como mirabas los precios de la ropa, y mover los labios calculando…- Esther no encontraba las palabras adecuadas para decir lo que quería.- … Es decir, mama, de qué vamos a vivir…- Se hizo un silencio- ¿Del abuelo?
- Saldremos adelante.
 Tenía tantas cosas en la cabeza que se había olvidado lo despierta y avanzada que era su hija para su edad. Sin duda alguna, las noches en las que Él llegaba con ganas de liarlas, ella escuchaba todo, era difícil a la mañana siguiente esconder los moratones, las ojeras. Cuando era pequeña, le decía que se había resbalado y caído contra el pomo de la puerta “Ya ves hija, que madre más patosa tienes” y todo con un sonrisa hacia ella.
- Volvamos a las tiendas, todavía nos queda mucho que mirar y poco tiempo, a las siete sale el último autobús.
Entraron en la tienda de ropa que menos gente tenía, atendida por comerciantes mayores, el resto de tiendas tenían a jovencitos a los cuales pagaban dos duros. En esa tienda, encontraron todo lo que necesitaban, además a buen precio. Se abastecieron las dos de calcetines, jerséis y niquis suficientes para pasar el invierno.
Antes de ir a la parada de autobús, entraron en una pastelería y se comieron dos cruasanes rellenos de crema: “Un capricho es un capricho” la dijo sonriendo Esther, “Además no hay que vigilar el peso, aquí cuanto más calorías, mejor se pasa el invierno”. Las dos se rieron. Habían echado de menos estos momentos a solas, de complicidad de madre e hija. Fue para las dos una buena tarde.
Llegaron a la estación de noche. Cenaron de nuevo solas, el abuelo no estaba allí. Desde la riña del otro día no lo habían vuelto a ver.
                                               *
A la mañana siguiente, Esther una vez que hubo desayunado, como se había levantado temprano se puso a hacer los deberes que le había mandado la Señorita María, nada en especial, una redacción sobre un libro texto infantil y algún problema de algebra que resolvió sin mucho esfuerzo. Una vez terminado le dijo a su madre que se iba al pueblo, a misa:
- ¡A misa!- Se sorprendió Adela.
- Si mama, todos los de la pandilla van a misa los domingos, de lo contrario,  me dijo Cilia, sus padres no les dan la paga.
- Ya veo, que devoción tienen. Me acuerdo que cuando íbamos en Madrid, teníamos que llevarte a rastras.- Los domingos eran sagrados para el Monstruo, y sobre todo el periodo de cuaresma y semana santa.
- Déjala que vaya, así aprenderá un poco de respeto por los demás.- El abuelo entraba por la puerta con una hogaza de pan de pueblo. Hacia dos días que no lo veían y ahora aparecía con el pan.
- La juventud de hoy no tiene educación, se creen que lo saben todo, hay, si me cogieran alguno a …
- No sabes de lo que hablas… eso no era respeto, lo que se tenía era miedo.- Su hija lo miraba fijamente, sabía de le que hablaba.
- Da igual mama, yo me voy  al pueblo.
- Jovencita, no te olvides de lo que hablamos el otro día.- El abuelo se dio la vuelta y dejo el pan encima de la mesa, y después desapareció.
Esther no se había olvidado de lo que hablaron el otro día, ni mucho menos, no tenía intención de ir a misa, esa era la excusa que estaba poniendo, quería volver a las vías, aquella sensación que sintió debería significar algo. Se puso uno al abrigo que la había comprado el día anterior y salió por la puerta.

Cuando Esther llego a la locomotora empezaron a caer unas gotas, una llovizna, el calabobos que solían llamar en la zona, se cobijó en la cabina. De repente el frío se hizo mas intenso “espero que pare pronto”, se dijo. De repente oyó un ruido, provenía de la pila de madera que tenía detrás, se asusto, pero no corrió, algo la impulsaba hacia allí, como si la estuvieran llamando:
- Hay alguien… No estoy sola, me están esperando.- Dijo en voz alto, para quien estuviera allí se anduviera con cuidado.
- Sé que has venido sola… Esther.- Una voz de un niño salía detrás de las maderas.
- Quien eres y como sabes mi nombre…- Ahora si que tenía ganas de salir corriendo.
- No te asustes, ahora salgo.
Un niño, era un simplemente un niño de no más de diez años. Vestía pantalón corto y una camisa blanca, le recordaba la vestimenta de los colegios de pago, lo curioso es que no tenía color, el día estaba gris y el niño tenía ese mismo color, a Esther le recordó los dibujos que se hacen con calcos. Salió por completo, y la sonrió.
- Todavía no me has dicho quién eres.- Esther iba retrocediendo según el niño se iba acercando.
- Tranquila Esther…- Volvió a repetir su nombre.- Me llamo Pablo y estas en mi locomotora.
Esther salto y comenzó a correr hacia casa, no miro hacia atrás. Corrió a la velocidad máxima que podía. Cuando se encontraba ya cerca de La Estación, redujo el paso. No se había dado cuenta, pero con el agua que había caído con la lluvia y la tierra del camino se la habían ensuciado los zapatos de barro, más que de misa su madre pensaría que venía de jugar a la pelota.
Al entrar por la puerta, su madre que estaba preparando la comida,  comento que pronto se había acabado el sermón de hoy: “No, si ya no saben ni que contar, todos los días lo mismo. Con cualquier tontería los mandan para casa”;  se decía para si entre dientes a la vez que esbozaba una ligera sonrisa.
Esther se encerró en la habitación. No podía ser verdad lo que había visto, serán alucinaciones, sueños: “Eso es, todavía sigo dormida, ahora me despertare y no recordare nada de lo que estoy soñando.”
El tiempo pasaba, no era un sueño, Él estaba allí, el niño del tren. Se iba convenciendo de que así era: “Va a ser verdad de que es un lugar maldito.”
A la hora de comer, Adela toco la puerta y entro, se encontró con que Esther estaba en la cama, metida debajo de las mantas:
- Arriba perezosa, es la hora de comer.- Tiro de la manta y se encontró a su hija acurrucada, estaba temblando.
- Pero que te pasa, ¿Estas enferma?- La pregunto mientras ponía su mano en la frente.- Estas ardiendo, ¡Por Dios!
- Me he mojado esta mañana, será eso.- Esther levantó la cabeza, tenía la cara roja y estaba sudando.
- Ahora mismo voy a mandar al abuelo  en busca del médico.- Se fue hacia la puerta.
- No mama, ya me levanto…- Y en el mismo instante que intento ponerse de pie, se desmayó.
Adela bajo las escaleras de dos en dos, en busca de su padre. Le mando al pueblo en busca del médico, que seguramente estaría en la Tasca de Pepe, lugar en dónde se reúnen los feligreses después de la misa, a esa taberna la tenían más devoción.
No tarde Damián en regresar con Abelardo, el viejo médico, que no se retiraba por no dejar al pueblo sin consulta: el plan provincial había recortado la partida a sanidad, y la división se hacía según habitantes, reuniendo varios pueblos para un solo centro de salud: el centro de salud que les correspondía estaba a unos diez kilómetros, por lo que los habitantes hicieron un protesta, de la cual, consiguieron una prórroga para mantener su consulta abierta el tiempo que el médico residente estuviese en activo: ni tenía pensamiento y ni le iban a dejar jubilarse. Él quería al pueblo entero, los había cuidado cuando trabajaban en las minas, había visto nacer a sus hijos, para él, eran su familia, la que nunca pudo formar.
Sobre las siete de la tarde, se despertó. Se encontraba aturdida, no recordaba nada de lo que había pasado. Ya era de noche, había dormido todo el día. La cara le ardía. A su lado, en una silla sentada se encontraba su madre, dormida: “Habrá estado aquí, no la voy a despertar, estará cansada”. Esther se volvió a dormir.
                                               *
A la mañana siguiente, se despertó muy tarde, y quiso levantarse tan aprisa que se mareo. Tenía frío, y ganas de vomitar, no estaba aún recuperada. Su madre ya no estaba allí, vio que la cama no estaba desecha por lo que se imaginó que habría pasado la noche a su lado, cuidándola.

Adela subió un tazón con leche bien caliente, y un jarabe que la había traído Damián por prescripción de Doctor Abelardo. Cuando abrió la puerta pudo ver que su hija ya se encontraba despierta, cosa que la alegro mucho. Había pasado toda la noche delirando, no hacía más que hablar de que había visto un niño difuminado, como si fuera un fantasma.
         - ¡Hola corazón! ¿Cómo estás?
         - No muy bien. No me has llamado para ir al cole.
         - Si tú misma estas diciendo que no te encuentras bien, como te voy a dejar ir al cole.- Adela dejo el tazón de leche encima de la mesilla.

         - Tienes que tomar este jarabe. - Puso un poco de un jarabe en la cucharilla de plástico que traía.- El Doctor dice que has cogido un buen catarro por mojarte. Además al venir corriendo sudaste y no te secaste.
         - ¿Cuánto tiempo debo de quedarme aquí, sin ir al colegio? - Pregunto mientras se tragaba el jarabe con sabor a fresa, si le hubiera dado otra cucharada se la habría tomado, estaba muy bueno.
         - Descansa cariño, voy a ver si termino de recoger y puedo ir a la tienda para comprar ingredientes para hacerte un buen caldo de gallina, eso si que resucita a un muerto no el jarabe. Todo es químico.
         Al cerrar la puerta se puso Esther a recordar lo que había visto. Esta vez, lo que primero pensó es que igual el catarro lo había cogido antes de llegar a la locomotora y por eso vio una alucinación, pero lo descarto, estaba bien cuando salió de la estación.
         Lo segundo, a lo mejor hay más niños del pueblo que les gusta ir a jugar a ese lugar, y sin querer se habría metido dentro de la caldera manchándose con el carbón. Esta teoría le convencía más.
         Se volvió a dormir y no despertó hasta que su madre le subió el caldo de gallina. Su madre tenía razón, eso resucitaría a un muerto, no le gustó nada, pero obedeció y se lo tomo todo. Una vez que su madre se hubo ido, intento otra vez dormir, pero los mocos y el dolor de cabeza que se la habían puesto, hacia que eso le fuera imposible.
         Daba vueltas a la imagen de aquel niño. Por un extraño sentimiento dirigió su mirada hacia el viejo baúl que había al lado de la cama de su madre. Se levantó como pudo y se fue tambaleándose hacia él, lo abrió y empezó a sacar las cosas que había, no sabía muy bien lo que buscaba pero seguro que algo de lo que hubiera aquí dentro será relevante a lo que la sucedió el día anterior.
         - ¡Eureka! – Exclamo sacando del fondo un álbum de fotos- Seguro que aquí hay fotos de toda la familia.
         Empezó a pasar las páginas y todas eran fotos de la abuela y el abuelo, hacia el medio del álbum comenzaron a aparecer las de Héctor, era el mayor, y cuando estaba llegando al final, una familiar, la de todos: allí estaban el abuelo, la abuela, el hijo mayor, su madre…- ¡El niño de la locomotora!













4ª PARADA: PABLO

Para mediados de semana, Esther, ya se había recuperado. Se levantó el miércoles con ganas de ir al colegio, pero su madre no la dejo, la dijo que todavía era demasiado pronto, que esperase a mañana.
Bajo a desayunar, no estaba el abuelo, las rehuía. Como siempre su madre la puso para desayunar el tazón con leche y cacao, añadiendo esta vez unos pocos de cereales que había comprado el día anterior. Cuando Esther iba por la mitad, Adela se sentó a su lado, y con voz suave le comento:
- Esther, el martes vino Cilia… que niña más rara…- Adela cogió de la mano a su hija.- Trajo los deberes de parte de la Señorita María, y me dijo que el domingo no estuviste con ellos en misa…
- No llegue al pueblo.- Esther sorbió un poco de cacao, mirando de reojo.
- Si no llegaste al pueblo ¿Adónde fuiste?
- Por ahí… ya sabes, dando una vuelta por los alrededores.- Tenía la intención de irse al cuarto, pero Adela estaba decidida en saber la verdad, lo que le estaba contando su hija  no la convencía para nada.
- No habrás vuelto a las vías ¿Verdad?
Se fue corriendo escaleras arriba, ya se la habían agotado las ideas y no quería contar nada del niño que había visto, seguro que su madre no la creería, la llamaría loca, se enfadaría mucho con ella.
Adela toco la puerta de la habitación y entró:
- No se hija lo que te sucede, pero estoy muy preocupada por ti. Has estado muy enferma estos tres días, es malo cogerte estos catarros en esta época, empiezas y ya no lo sueltas en todo el invierno…- Lo que quería en verdad saber era donde había estado, y no sabía qué hacer para que Esther se lo contara sin importunarla.
- ¿Por qué no me cuentas más de tus hermanos?
- Ya te conté todo, a nadie, y cuando digo nadie, es así, sabe lo que tú sabes.
- Lo siento mama, pero he encontrado fotos de ti y de tus hermanos y me ha picado la curiosidad.- Esther enseño a su madre el álbum.
- Has rebuscado entre el viejo baúl.- Adela lo miro, y se quedo pensativa.- Qué quieres escuchar, de Héctor apenas puedo decirte más… y de Pablo…
- Sí, de Pablo quiero oírte, me interesa saber cómo era él, lo que pensaba, a quién admiraba, de que le gustaba hablar…
- Espera, espera… no tan aprisa.- La interrumpió Adela.- A qué viene este interés de repente sobre el pobre Pablo.
- Ya te lo cantare mama.
- ¡Qué me tienes que contar! ¿Con quién has hablado?- Adela estaba enfadada, y sin querer agarraba con fuerza la muñeca de su hija.
- Con nadie, te lo juro mama…- Esther lloraba.-… Suéltame, por favor, me haces daño.
Adela, como si hubiera salido de un trance, soltó la muñeca de Esther:
- Perdona, no quería hacerte daño…- También estaba llorando.
Se hizo el silencio, ninguna de las dos hablaba, ni siquiera se miraban. Adela jamás había hecho daño a su hija, y se estaba dando cuenta que los viejos recuerdos del pueblo iban a poder con ella. Al principio pensó, que cantándole lo que había sucedido treinta años antes, iba a descargar un peso enorme, que su conciencia podría descansar, pero no era así. Pese a los problemas que tenía actualmente, el pasado volvía.
Desde que le narró lo sucedido a Esther, no había dormido, entre otras cosas, pensaba que a lo mejor era demasiada información de unos hechos nada agradables para su hija: “No he debido decir nada… pero ¡Qué he hecho!”, fue lo que más se ha repetido para sí misma los últimos días.
- Mama, estoy bien.- La enseñaba el brazo.
Abrazo a su hija con fuerza mientras rompía a llorar.
- ¿Quieres saber cómo era Pablo?- La preguntaba moviendo la cabeza ella misma afirmativamente.- Pues te lo voy a contar:

- “Pablo, mi hermanito, era risueño, soñador… se iba con cualquiera. No pensaba, a su edad, de que existiera el mal, y mucho menos que ese mal estuviese con él, en casa. Llevaba siempre las rodillas con heridas, le gustaba jugar a todo y se revolcaba por el suelo, lo que le originó muchas broncas de la abuela…”.
- “No sé qué mas contarte. Jugábamos mucho a las palabras, seguramente hoy también jugáis a esto, yo digo una palabra y replicas con otra que empiece con la última silaba de la que yo he dicho. Por ejemplo si yo te digo “libro”, tu que dirías, Esther”:
- Brote.
- “Muy bien, y así todo el rato, tenía la mente muy despierta para su edad. Era el ojito derecho de la abuela, aunque le hacía trastadas constantemente, se veía que entre ellos había algo especial…”
- Vale mama.- La interrumpió.- Pero lo que yo quiero saber, no sé cómo decirte… si por algún motivo estuvo enfadado con alguien.
- ¿Por qué iba a estar enfadado con alguien aparte de Héctor?
- No, simplemente era curiosidad.
A Esther la interesaba saber cómo era Pablo porque tenía pensado volver a la locomotora tan pronto como le fuera posible. Si el niño que había visto era él, habría algún motivo por el que seguía allí, no todas las personas que fallecen se quedan cómo espíritus en la tierra, son muy pocos y en general es porque no están en paz, hay algo que les retienen aquí.
Viendo que no iba a conseguir la información que quería de su madre, decidió cambiar de tema:
- ¿Qué más te dijo Cilia?
- Nada en especial, que te recuperases pronto y que los demás te echan de menos…
Se estaba haciendo tarde, y el frío arreciaba. Adela se fue pero volvió con otro poco de caldo calentito y un sándwich de crema de cacao para cenar, y de postre el jarabe.
                                               *
Al otro día, Esther se levantó con otro cuerpo, se sentía bien, podría ir al colegio. Desayuno y cuando se estaba poniendo el abrigo apareció Guille, tenía los mofletes colorados por el frío:
- ¡Buenos días! ¿Cómo te encuentras hoy?- Pregunto muy educadamente mientras se quitaba el gorro de la cabeza.
- Muy bien, el jarabe que medio del doctor ha hecho milagros.- Esther le empujó hacia fuera al tiempo que decía un adiós a su madre sin mirarla.
Fuera estaban Gabriel y Cilia esperando. Iban bien abrigados, se terminó el buen tiempo por varios meses. El otoño y el invierno venían este año muy frío. Los cuatro se dispusieron a ir al cole. Por el camino se fueron encontrando con algún niño más que preguntaban muy educados a Esther por su estado de salud. Esto le pareció muy bonito, en el colegio de la  ciudad seguramente ni se hubieran dado cuenta de que faltaba.
La mañana en el cole fue aburrida, entre el frío que se colaba por las ventanas y las asignaturas de historia y lengua, lo que más apetecía era cerrar los ojos, y eso les estaba sucediendo a todos hasta que la campana que tenía la Señorita María encima de la mesa, sonó: “Hora de recreo, niños. No olvidéis coger los abrigos y gorros”.
En el patio de recreo, comiéndose las galletas y bocadillos que les habían preparado, los cuatro no hablaban. Todo era silencio hasta que Guille no pudo más:
- Esther ¿A dónde fuiste el domingo? Cilia nos ha dicho que tu madre pensaba que estabas con nosotros.
- Eso, ¿A dónde fuiste…?- Cilia pregunta con los brazos en jarra.
- Si tienes algo que esconder no es cosa nuestra.- Gabriel parecía muy molesto. Hasta este momento no había dicho nada, pero en el fondo sabía que Esther había ido a las vías.- Nosotros confiamos en ti, y creo que nos debes una explicación.
- Fui a la locomotora del tren. Algo me impulso a ir…- Cogió aliento y siguió.-… Cuando estuve con vosotros sentí algo que no sé cómo definirlo, pero creo que no estábamos solos… que había alguien… y eso me llevo a ir el domingo allí.
- Y ¿Qué vistes?
- Nada, no vi nada. Tampoco tuve la misma sensación que aquel día.- A Esther no la gustaba mentir, pero esta vez creyó que era lo mejor.
- Ya te hemos dicho que en el pueblo se cuenta la leyenda de que el lugar está poseído.- Gabriel se levantó, y con un gesto hacia su reloj les comunico que las hora del recreo se había acabado.- Volvamos dentro, aquí nos vamos a quedar pajaritos.

A la hora de la comida, su madre la tomo la temperatura. No tenía fiebre y el aspecto de la cara era muy saludable.
Comieron otra vez las dos solas, del abuelo no había noticias.
- No creo que le haya pasado nada.- La dijo Adela, intuyendo que Esther estaba pensando en el abuelo, ya que no hacía otra cosa que mirar a la puerta por si entraba.

De vuelta al cole. La Señorita María solía preparar clases entretenidas a primera hora de las tardes, sabía que recién comidos, calentitos de casa, lo más seguro que se irían durmiendo poco a poco.
Hacía las cuatro y media cogió su campana y dio por terminada la clase, recordando a los distintos grupos los deberes que tenían que hacer para el día siguiente.
La pandilla fue directamente a las escaleras de la iglesia, allí se encontraron con los demás chicos y chicas. Guille y Gabriel se fueron a jugar a la pelota mientras que Esther y Cilia se quedaron haciendo los deberes: “Luego vendrán a copiarlos” dijo Cilia.
- Se me está haciendo tarde, y pronto va anochecer. -Esther se levantó con disposición a irse.- Mañana nos vemos.- Estiro los brazos y se despidió de los demás con gestos.
No tenía intención de ir a casa, lo que quería es pasarse por las vías para ver si veía al niño, a Pablo.
Cuando llego, todo parecía en calma. Miró en la cabina y no vio a nada raro, detrás del hogar tampoco, ni de la pila de leña… Se sentó en las escaleras un rato.
Se estaba haciendo de noche y tenía frío. Hizo un gesto de negación con la cabeza y se empezó a reír: “Fantasmas, si no existen”.
Cuando se disponía a coger el cuaderno y los lapiceros, que no estaban en su sitio, donde estaban: “pero si los he dejado aquí mismo…”
Un ruido la hizo mirar al suelo, un lápiz rodaba hacia ella. Lo paró. Otro ruido, y lo mismo, otro lápiz… siguió con la mirada la dirección de dónde venían… una mano gris… otra vez un borrador… allí estaba el cuaderno abierto… lo habían abierto por las hojas en las que Esther apuntaba las notas de historia.
- Está era mi asignatura preferida.- El niño estaba leyendo los apuntes.
- A mí también me gusta.- Esther no estaba asustada. Sabía quién era.
- No me tienes miedo. Sabes quién soy.
- Sí.
- Yo también se quién eres tú. Te pareces mucho a tu madre. Eres igual que ella a esa edad, cuando la vi por última vez.
Se hizo una pausa, los dos se estaban observando, estudiando. Mantenían una cierta distancia. Pablo bajo la mirada hacia el cuaderno y siguió pasando las páginas. Esther recogió los lapiceros y los guardo en el estuche.
- Adela ya sabe que vienes por aquí.
- No, me lo han prohibido los dos.
- ¿Los dos?- Pregunto Pablo con gesto de extrañeza.
- Si, los dos, mi madre y el abuelo.
- Damián te ha prohibido venir por aquí, pero si es él el que la pinta todos los doce de mayo, el día de mi cumpleaños.
- Entonces tu padre te ve como yo.- Ahora era Esther la que estaba extrañada, ya que el abuelo había insistido los últimos días mucho en que no viniera.
Pablo, por un momento, se quedó pensativo. Pero cuando volvió a hablar cambio de tema:
- Dime, como te has adaptado al pueblo.
- Bien, no he tenido problemas en hacer amigos…
-¡Ah! Esos con los que viniste el otro día.- Le interrumpió.- Son muy pesados, en realidad como todos. Durante muchos años han venido varias generaciones de niños a jugar…- Los ojos se le fueron haciendo más pequeños.-… a molestarnos…
- ¿A molestaros?- Esther miraba por todas partes buscando a más niños.
- Perdona, para mí la locomotora tiene vida, es mi amiga, solo estamos los dos.
Esto último no le gusto a Esther, como miraba la máquina, pudo ver los ojos y la media sonrisa, no solo era su amiga, sino que era suya, de él sólo. Esther, por primera vez, sintió miedo:
- Me tengo que ir, es tarde.- Alargo el brazo para recoger el cuaderno que todavía seguía abierto.- Mi madre se va a preocupar sino estoy en casa pronto.
- Te he asustado, no era mi intención.- Pablo abrió las manos en señal de súplica.- ¿Vas a volver?
- Todo es muy raro para mí.- Estaba confusa, a quien estaba viendo llevaba treinta años muerto, pero parecía tan real, sólo su aspecto gris le hacía diferente a cualquier niño.
Bajo a la hierba y se puso a caminar, sin mirar atrás. Cuando ya había avanzado varios metros se giró y pudo verlo sentado de lado con la cabeza agachada y las manos en su cara: “No puedo dejarlo, pobrecito… debe estar tan sólo”, se dijo para sí.
- ¡Pablo! – Grito con fuerza mientras levantaba el brazo derecho con la mano abierta.- Nos vemos.
- Nos vemos.- Pablo se había izado y se agarraba a la barandilla haciendo la señal de adiós con la mano.

Esther llegó a la estación cuando ya estaba el sol detrás de las montañas, lo que le supuso una mirada gélida de desaprobación de su madre. Fue directamente a su cuarto, dejo el cuaderno encima de la mesa y lo abrió por donde estaban los deberes que les habían mandado hacer para el día siguiente. No tardó mucho en terminarlos, eran muy sencillos.
- ¿Qué haces?- La cabeza de Adela asomaba por la puerta.
- Los deberes.
Terminó de entrar y fue directamente a la mesa de su hija, la palpo la frente para comprobar que no tenía fiebre, y de paso quedarse más tranquila. No quería agobiarla, si seguía preguntándola todo el día por donde había andado, al final su hija perdería confianza con ella, aun así, tenía que saber lo que hacía, era su madre y todavía era muy pequeña, no quería ser de esas madres que dejan a sus hijos durante todo el día por ahí y luego no saben nunca lo que hacen.
- Os carga con muchas tareas ¿No? – Daba un rodeo, no debía ser muy directa.
- Mama, me he entretenido con los amigos.- Esther conocía muy bien a su madre.
- Recuerda que acabas de salir de una enfermedad y que puedes recaer en cualquier momento. Intenta venir directamente mañana.
- Vale.
Cuando su madre se hubo marchado, cerró el cuaderno y fue al baúl, en busca del álbum de fotos. Encontró las viejas fotos de la familia de su madre, y se paraba a observar a Pablo. Era como magia, un niño que ahora tendría los cuarenta años.
Siguió rebuscando en el fondo, saco los libros de su madre, y cuando pensaba que no había nada de Pablo, encontró su cuaderno de clase, allí estaba, he hizo lo mismo que él con el suyo, abrirlo para curiosear: había varios dibujos en los bordes; también había una partida de guerra de barcos que seguramente estaría jugando con algún compañero de la clase… y al final del cuaderno un dibujo, a toda página: “Es la locomotora, mi madre, Héctor y Pablo”.
En el dibujo se podía ver a Pablo y Adela cogidos de las manos, junto a las ruedas, mientras que Héctor estaba subido y tenía la mano derecha extendida, ordenando a sus hermanos. Los dos hermanos menores tenían color, pero el mayor estaba sin pintar y solo tenía color dos rayos que le salían de la cabeza.
Esther tuvo pesadillas con el dibujo.
                                               *
El sábado, Adela aprovecho que su hija no tenía ningún plan con sus amigos, para dar una vuelta por el pueblo con ella. Pensó que ya era hora que todo el mundo las viera juntas. Pasearon por todo el pueblo, invitándola a un chocolate con buñuelos al final de la tarde, para entrar en calor.
A Esther, se le hizo muy largo, su madre cada dos pasos que daba se  encontraba con viejos conocidos, todos la recordaban, pero lo que peor llevaba era que todos preguntaban por ella pellizcándola las mejillas: “Está es tu hija, que mona es… Y cómo te llamas cariño…” y zas, pellizco. Todos eran muy amables, pero no estaba para esto, seguía pensando en el dibujo: “Pablo tuvo que hacerlo poco antes del accidente… los tres como dijo mama, allí, Héctor mandaba lo que había que hacer, y no le gustaba nada, de ahí que no tuviera color… y ¿los dos rayos? Cuando pueda tengo que volver a estar con él”.
Aprovecho a que había estado enferma para decirle a su madre que no se encontraba bien, que tenía dolor de cabeza y frío, que lo mejor era marcharse ya par La estación. Adela que estaba hablando con un hombre un poco mayor, la miró, y le dijo que enseguida iban a irse, pero Esther estaba aburrida y empezó a comportarse como una niña pequeña, tirando del brazo de su madre:
- Perdona Jesús, ha estado enferma y es mejor que nos vayamos a casa.
- Tranquila mujer.- Contesto el hombre dándole un pellizco a Esther.- Yo tengo dos, y se lo que es que no te dejen en paz un momento.
El hombre continúo hablando:
- Otro día seguimos, que recuerdos, yo era muy amigo de tu hermano Héctor… lo bueno que era… que desgracia lo del incendio.
- Si, la verdad que fueron días muy duros.
- Usted conoció a Héctor. Era su amigo.- Esther ya no tenía tanta prisa, si este hombre fue compañero de su tío, seguramente podría contarle detalles que su madre no hubiese contado.
- Fuimos los mejores. Cuando tu abuelo no se lo llevaba a trabajar, quedábamos para ir a recorrer todos los montes de alrededor, me acuerdo que su lugar preferido era la vieja locomotora…- El hombre se dio cuenta que a lo mejor a Adela le viniese malos recuerdos, allí fue donde su hermano menor se había caído y roto el cuello.-… perdono ahora tú, son tantos años que uno olvida las cosas.
- No te preocupes, pero es mejor dejarlo para otro día. – Miró a Esther y con un gesto de la cabeza, moviéndola hacia el hombre la dijo: - Se educada y despídete Esther de este señor.
Se despidieron, y cogieron el camino hacia La Estación. Adela le puso el gorro y le subió la bufanda hasta taparla la nariz: “Así no cogerás más frío”.
Al llegar, entraron en la cocina. La lumbre estaba encendida, se estaba muy bien. El abuelo no estaba pero sin duda había sido  él. También estaba puesto el puchero, Adela miró que había dentro y vio un trozo de gallina con un puerro  y una zanahoria, estaba preparando caldo para entrar en calor.













        






5ª PARADA: LOS ABUELOS

Una vez que las dos hubieron cenado, Esther dio un beso a su madre y se fue a la cama, estaba cansada por la vuelta que había dado con su madre y además empezaba a tener un poco de fiebre y era mejor no arriesgar tan pronto.
Adela se estuvo recogiendo, habían cenado una sopa que la había salido muy bien gracias al caldo que había dejado haciendo su padre. No sabía muy bien cómo interpretarlo, a lo mejor lo estaba preparando para él cuando les ha oído llegar y lo ha dado tiempo en retirarlo del fuego.
Cuando estaba terminando de barrer apareció en la cocina Damián, tenía semblante serio, pero no desapareció como las otras veces, se quedó inmóvil mirando a su hija y empezó a llorar. Adela se giró y lo vio, se acercó a él y le hablo:
- ¿Qué le pasa padre?-
Damián sin mediar palabra abrazo a su hija, ésta a su vez le correspondió, y volvió a preguntarle si se encontraba bien. Se separaron y se fue a sentar junto al fuego:
- Has preparado la sopa para cenar. Observe que la semana pasada Esther estuvo con catarro, ya sabes aquí aunque parezca que te has recuperado… al final vuelve.
- Si, ha salido muy buena. Te he guardado un poco, ahora mismo te la caliento.- Esther fue hacia el fogón y coloco el cazo con lo que había quedado.
- Te estarás haciendo varias preguntas…- Se paró, no encontraba las palabras que quería utilizar aunque lo había estado preparando.-… No quise asustar a Esther, no era mi intención, pero creo que es mejor que no vuelva a ir por las vías, no es buen lugar para una niña, es peligroso.
- Lo sé, a mí tampoco me gusta, y creo además que me está mintiendo, ella piensa que no me entero, pero a mi meda que ha vuelto a ir.
Damián se comió toda la sopa con un pedazo de hogaza de pan, parecía que tenía hambre. Desde que grito a su nieta apenas había comido, se escondía cuando aparecía alguna de las dos, sabía que no había hecho bien en chillarla, pero era lo idóneo en ese momento: “Hay que evitar que vuelva allí. No quiero que le pase nada”.
Adela se sentó a su lado, el calor del fuego era acogedor, y tenía la sensación de que su padre le quería contar algo y no sabía cómo arrancar. Le cogió de las manos y se dieron calor mutuamente. El  silencio había vuelto, solo el sonido de las ascuas lo rompía. Finalmente, la levanto la cara con cuidado para que le mirase directamente a los ojos y le empezó a contar lo que nunca pensó que llegaría a contarle a nadie, ni siquiera a su propia hija.
- “Verás hija, es complica para mi narrarte los hechos que sucedieron tras la muerte de tus hermanos. Recordarás que tu madre quedo muy afectada, sobre todo con la de Pablo, luego llego la de Héctor, y por último tu marcha.”
Adela afirmo con la cabeza, y le dijo que ya se había dado cuenta que su madre no estaba bien, pero todo lo achaco al dolor de ver morir a dos de sus tres hijos en tan poco tiempo.
- “Si Adela, tu madre deliraba. Una vez que tú te fuiste a Madrid con tu tía, empezó a salir todos los días muy temprano, solía ir con un pedazo de hogaza de pan con un poco de chocolate. Si la preguntaba qué es lo que hacía, me decía que “Ella ya lo sabía y tendrá que ir”. Nunca he sabido lo que significaba…”
- A mí también me lo contó la noche del incendio… y tampoco he sabido lo que quiso decir.
- “Cada vez pasaba más tiempo fuera, y la verdad, yo no me atrevía seguirla. Paso el verano entero, y con la llegada del mal tiempo enfermó, pero no dejo de salir, hasta que un día no pude más… me cargue de valor y fui tras ella para saber a dónde iba…”
Damián se levantó y fue hacia la ventana. Se paró y miró fuera con la vista perdida en el horizonte. Suspiró, agachó la cabeza y continúo:
- “Te puedes imaginar, tu abuela iba todos los días a la vieja locomotora, en dónde sufrió el accidente tu hermano. Allí pasaba todo el día, hablando sola… a veces partía un pedazo de pan con chocolate y hacia como si se lo ofreciese a alguien… apenas se levantaba. Yo mientras me escondía entre los matorrales. Cansado de esto, espere que regresase a la estación una noche, e intente hablar con ella, pero lo único que conseguí sacarla fue lo mismo: “Ella lo sabe, lo tiene en su interior”.
- “Intente convencerla que no era bueno para ella el ir todos los días, que era un invierno muy duro, pero me fue imposible, así que, hija… me rendí, no insistí… y me encerré en el poco trabajo que tenía…”
- Padre, nunca dijo nada… en las cartas que recibí me decía que madre estaba bien.- Adela se levantó y fue hacia su padre apoyando la mano en su hombro.
Continuo con la narración sin mirar hacia atrás, sentía el apoyo de su hija ya para él era suficiente, ya no recordaba lo que era sentir el cariño de alguien cercano:
- “Un día, no regreso. No supe que hacer, era ya más de las dos de la madrugada y no estaba aquí. Finalmente me decidí ir en su busca, pensé que se habría quedado dormida, o que tal vez se había caído… cogía la linterna de avisó de parada que había en la estación y fui en su busca… cuando llegue ya era tarde… me acerqué llamándola, pero nadie contestaba…”
- ¿Dónde estaba madre?- Adela dio la vuelta a su padre, el cual se llevó de nuevo las manos a la cabeza.- Conteste, que es lo que vio.
- “… vi una sombra en el interior de la cabina… era Matilda, estaba sentada como siempre, con las manos extendidas con un pedazo de pan, ofreciéndolo… curiosamente estaba sonriendo…”
- Pero me dijiste que mi madre había muerto de una pulmonía mal curada.
-“Mentí… la llevé a casa y fui al pueblo en busca del Doctor Abelardo, que la examinó y me dijo que había muerto congelada, de hipotermia…”
Adela estaba aturdida, intentaba recordar la carta en la cual su padre le contaba que su madre había muerto y que ya había sido enterrada, que no hacía falta que volviese al pueblo, que ya no se podía hacer nada por ella y que lo mejor es que se quedase con su tía para intentar salir hacia delante, estudiar y trabajar:
- “Al Doctor le conté que tu madre había salido en busca de leña, y que seguramente se había perdido al hacerse de noche tan pronto… ya sabes en los pueblos muchas veces no se hacen preguntas… La enterramos al día siguiente…”

El abuelo  miró la foto que había de los dos encima de la chimenea, del día de su boda: Matilde estaba radiante con su vestido blanco, y él con el traje que le había prestado un tío de la capital: “Teníamos una buena vida, trabajo en la mina… y una gran familia, y todo se fue hacer puñetas en un instante”.

- Papa, sigo sin entender por qué no me contaste la verdad. Mama había perdido la cabeza, y yo era más útil aquí contigo.
- No, no hacía caso. Hay algo en esa locomotora que la hizo cambiar. Entiendes ahora porque no quiero que vaya Esther.
- No puede ser…
- Yo voy y lo siento… todos los años en la misma fecha, en el cumpleaños de tu madre, voy y la pintó, y la verdad no sé porque…- Damián habría las manos preguntándose si esto tenía algún sentido.-… lo único que entiendo es que si no lo hago, me falta parte de mí.
Paró por un momento para tomar aliento antes de continuar:
- Nada tiene sentido, pero llevo treinta años haciéndolo. He visto a varias generaciones de gente del  pueblo ir a jugar allí, y ninguno quedarse enganchado con el lugar, todos van, juegan y se van… los observo, no les atrae más que la novedad, se ven en su caras… pero Esther, a Esther la seguí el otro día…
- Cómo que la seguiste… cuando y porque.
- Cuando salió del colegió, después de regresar por estar enferma… fue directamente… y vi que hablaba como lo hacía tu abuela… y gesticulaba…
Se dirigió a su hija, quería que le escuchara lo que la estaba contando, para él era importante que entendiera que Esther no debía volver a ese lugar, estaba maldito y ya se había llevado a dos de su familia.
- No quiero oír hablar otra vez de maldiciones, me entiendes, papa, no quiero que crezca con miedo a cosas que os inventáis los del pueblo.
- Algo hay, no lo puedes ignorar.
- Buenas noches padre.- Adela salía de la estancia cuando se giró y apostillo.- Es mejor que dejemos las cosas como están.
- Luego no me digas que no te lo avise.
Adela no pudo dormir en toda la noche, sabía que no había acabado todo. Creía que el pasado no iba a volver, treinta años de alejamiento no habían sido suficientes. Volvía una y otra vez a la noche del incendio y a lo que la dijo su madre: “Cuando estés preparada lo sabrás”. Pero el qué, todavía no estaba lista.
Y estaba su padre, todos estos años viviendo con la culpa, no había hecho nada por salvar a su mujer, la dejo que se fuera alejando poco a poco. Su vida se fue haciendo cada vez más pesada, no tenía familia y lo único que le quedaba era la locomotora, cada año cuando la pintaba parecía que se lo agradecían, pero quien, no había nadie.
Damián no dejo de creer que algo había allí, no sabía si era el alma de Matilda, la de su hijo Pablo o la de los dos. Nunca contó nada en el pueblo, le hubiesen tomado como un loco al cual la tragedia familiar que le había pasado le había trastornado. Era mejor dejar pasar el tiempo, tal vez, pensaba, que al final de su vida todo se aclararía y que fuese lo que fuese lo que habita en la locomotora se le aparecería, hasta ese momento era mejor no hacer nada, pero su hija volvió y con ella Esther, y cuando se dio cuenta que ella también había conectado con lo que hubiese, le vino el recuerdo de su mujer y pensó, que era una segunda oportunidad para ayudar a alguien, y  no dejarla caer en esa locura en la que se convirtió la vida de su mujer.
                                               *
Al día siguiente, una vez que Esther se fue al colegio con sus amigos y Adela se quedó cosiendo unas sábanas que había encontrado, su padre salió en dirección al cementerio, no solía ir mucho, creía que el alma de su mujer no descansaba en paz y en parte se sentía culpable:
- Hola Matilda.- Estaba en frente de la lápida, apenas se podía ver su nombre, no estaba bien cuidada.- Hace tiempo que no vengo, por lo que si estás enfadada lo entenderé.
Estuvo un tiempo reflexionando que decir, quería contarle lo que estaba sucediendo:
- Adela ha regresado, y ha traído a su hija, tu nieta Esther.- Silencio entre cortado.- Es muy inteligente, tiene once años…- Intentaba casar las palabras, nunca había sido un gran orador.-… y me temo que ve y escucha lo mismo que tú, en la locomotora.
Hacía mucho frío, y no había nadie. El cementerio estaba a las afueras del pueblo, y la mayoría de sus moradores eran mineros que perdieron la vida en las minas.
- Espero que si me escuchas, que la protejas y que no la dejes que le pase lo que a ti. Es nuestra nieta, ella no tiene la culpa de nada de lo que paso.
Agacho la cabeza en señal de respeto y se fue. No cogió rumbo, quería pasear, aclarar las ideas. Desde lo alto del camino se podía ver todo el pueblo, las chimeneas echaban humo y no se veía a nadie por las calles, la nevada había dejado una postal de un pueblo vacío: “Tienen que irse, no pueden hipotecar sus vidas en un sitio como este, abandonado de cualquier posibilidad de una vida mejor”.












6ª PARADA: TARDES FRÍAS

         Desde las ventanas de la vieja aula del colegio se podía ver todo el paisaje blanco, la nieve seguramente no se iría hasta finales de marzo. Algunas noches se llegan a pasar con menos dieciocho grados bajo cero, hay que estar muy acostumbrado a estas temperaturas para poder llevarlo con un mínimo de bienestar. En la clase, la calefacción estaba a tope todo el invierno, lo que proporcionaba varios dolores de cabeza a todos, pero era esto mejor que no pasar frío.
         Se acercaban las vacaciones de navidad y todos contaban los días para las vacaciones, los niños aprovecharían para jugar a juegos de nieve, sobre todo el eslalon de trineos, muchas veces con un plástico era suficiente para divertirte. Un nuevo juego estaba de moda, sobre todo para los niños, el jugar en zonas heladas a hockey sobre hielo, tanto a Guille como a Gabriel les gustaba mucho, en cambio a Cilia no. Esther aunque solía quedar mucho con ellos, sobre todo los fines de semana por la mañana, por las tardes seguía yendo a ver a Pablo.
         Cuando se quedaba en casa con su madre, solían subir a la habitación las dos, ella cogía los libros de aventuras que había para leer, mientras su madre, tras terminar con las sábanas había comenzado a tejer, empezó con algo sencillo como una bufanda para luego continuar con un jersey para el abuelo, quería hacerle un regalo tras volver a tener una relación con él. Además el dinero se estaba agotando, y pronto tendrían que vivir con la pequeña pensión que cobraba Damián.
                                                        *
         Y así pasaba el tiempo, en un pueblo perdido y olvidado en la mitad de las montañas, muy despacio pero con una enorme tranquilidad, sin el bullicio de las grandes ciudades, sin el estrés por la que se guían en ellas.
         También Esther empezó a relacionarse con su abuelo, este le contaba varias batallitas de cuando trabajaba en las minas y en la estación, la verdad es que tenía anécdotas  de todo tipo, pero nunca decía nada sobre la familia, no quería volver a perder la que había recuperado.
         Todas las tardes, Damián salía después de comer y no regresaba hasta que anochecía, pasaba toda la tarde fuera, pero Adela no le preguntaba a donde iba, sabía que estaba cuidando de Esther, y esto la tranquilizaba, por el momento.

         Esther,  todas las tardes, se despedía de sus amigos al salir de la escuela y se iba directamente a la locomotora. Hacía mucho frio, y aunque llevaba mucha ropa de abrigo, cuando se paraba se podía oír sus dientes de tanto tiritar. Pablo no podía salir de la máquina, era su fuerza de gravedad, su mundo, un espacio reducido para poder jugar algún juego que conllevase movimiento, lo que provocaba más frío en ella. Los juegos solían ser de palabras, de cartas… y como mucho jugaban a que Esther era una pasajera del tren y él el maquinista, revisor, jefe de estación, nunca dejaba a Esther ser la jefa de la locomotora. A veces hacían los deberes juntos e incluso ella le leía libros, comic, pero no era lo que más le gustaba a Pablo. También llevo la hoja en donde estaba sin acabar la guerra de barcos, esto le emociono mucho.
Cuando ella se iba, todos los días la preguntaba si vendría al día siguiente, se lo hacía prometer, y no paraba hasta que lo conseguía.
Una tarde, Esther, empezó aburrirse, ya no tenía temas de conversación ni juegos nuevos, pero no sabía cómo decírselo sin que se Pablo se enfadase, a lo mejor dejaba  de aparecérsele, y eso sí que no quería.
- ¿Cómo te diste cuenta de que no estabas vivo?
- Cuando caí, vi como tu madre venía a mí, me hablaba y salía corriendo en dirección a La Estación.- Pablo miró hacia el camino.- En todo momento yo iba con ella, yo la hablaba, pero no me contestaba…
Seguía mirando el camino, el recuerdo de aquel día significaba darse cuenta de lo que era:
- … al llegar junto a los abuelos, mientras Adela explicaba lo sucedido, yo detrás de ella gritando que no era así… pero no me escuchaban, ni siquiera me miraban….- Se acercó a Esther.-… entonces me vi todo gris… todo empezó a  girar, intente tocar a mi madre y no pude, la traspase… y de repente comprendí que ya no estaba con ellos, y ¡zas! Me encontré en la locomotora, con mi cuerpo… y aquí sigo.
- Hasta que no tuviste conocimiento de tu estado, vagaste por donde quisiste.
- Eso es, una vez que entendí que ya no estaba vivo, regrese a dónde mi cuerpo estuvo por última vez con vida.- Hizo un silencio para continuar.- Lo mismo le paso a la abuela, que hasta que no se dio cuenta estuvo vagando, y entonces descubrí que sí vas con un alma errante puedes moverte con él y así pude ver a mi padre…
Estaba recordando el día en el cual Matilda murió, ella tampoco se dio cuenta hasta que llego a la Estación e intento hablar con Damián, pero este no la contestaba.
- Tengo la certeza de que el abuelo percibió nuestra presencia… y una vez que mi madre comprendió que ya no estaba viva, los dos volvimos a la locomotora, pero no sé porque ella se fue del todo.
Esther se asustó un poco, ahora comprendió que su tío jamás saldría de allí, que no estaba vivo, que lo que ella veía era un alma sin cuerpo.
         - Pablo, he pensado que a lo mejor estoy un tiempo sin venir por aquí.- Miró que expresión tenía en su cara para continuar, y como vio que no cambiaba siguió.- Hace cada vez más frío, y además no nos podemos mover.
         - Es ese todo el motivo, no será que ya no estás a gusto conmigo. Dime la verdad, no te voy a morder, entre otras cosas porque no puedo.
         Esther no conocía muchas cosas sobre los espíritus o fantasmas… solamente lo que contaban los chicos de la escuela. En Madrid, los niños de más edad intentaban asustar a los pequeños con historias terroríficas, pero ella nunca las creyó, ahora ella estaba con uno, y lo poco que sabía era que no podían tocarse mutuamente, solamente verse y hablar.
         - No es eso, estoy muy bien a tu lado, pero es de verdad, no puedo estar todas las tardes aquí… al final mi madre se va a dar cuenta que no estoy con los demás chicos.
         - A lo mejor deberías decírselo.
         - ¡No! – Esther gritó por primera vez desde que iba a la locomotora.- Estás loco, o peor aún, me tomaran por loca a mí.
         - Adela, tu madre, mi hermana del alma, hace mucho tiempo que no viene por aquí.- Pablo había girado la cabeza en dirección al camino que había tomado su hermana el día de su muerte. Esther no pudo ver la expresión que tenía al hablar de su madre.- Sabes Esther, a lo mejor tu y yo deberíamos tener una conversación sobre algo que quiero que hagas por mí.
         - ¿Qué es lo que quieres que haga?
         - Tienes que decirle a tu madre: ¿Estás preparada?
         - ¿Preparada?- Esther no entendía nada.
         - Ella ya lo sabe.
         Los dos se callaron por un momento, cada uno mirando hacia lados diferentes. Esther intentaba hilar las palabras de Pablo, que quería decir por “preparada”, y empezó a recordar lo que la contó su madre sobre el día del incendio, la abuela la había dicho: “Cuando estés preparada, lo sabrás”.
         - Le dijiste lo mismo a la abuela ¿Verdad?
         Pablo ni siquiera se dio la vuelta, seguía mirando el camino, hacía mucho tiempo que esperaba a alguien, no le importaba que estuviese detrás Esther.
         - ¿Que tiene que saber mi madre?
         - Todo a su debido tiempo, querida sobrina.- Por primera vez, el tono de voz de Pablo ya no era amable, y también por primera vez, Esther sintió miedo.
         Pablo fue hacia Esther, y se puso delante de ella antes de que Esther intentase bajar. Su mirada había cambiado, y de su sien brotaba sangre, la vieja herida que le produjo la muerte se había abierto.
         - Déjame ir… me estás asustando.
         - ¿No quieres jugar más? ¿Te aburro?
         - No, me das miedo.- Esther estaba llorando, y  de repente se desvaneció, cayó sobre el suelo de la cabina, quedando boca arriba.

         Aquella noche, cuando se despertó, estaba tumbada sobre su cama, con el pijama puesto. A su lado, en una silla, dormida, se encontraba su madre. No sabía qué hora era, pero debía de ser muy tarde. Tras arroparse mejor, solo una pregunta le venía en ese momento a la cabeza “¿Cómo he llegado a la cama?”
         Adela abrió los ojos y vio que su hija también los tenía abiertos:
         - Estás despierta. Menos mal, que susto nos has dado.
         - ¿Qué ha pasado?- Pregunto.
         - El doctor Abelardo nos ha dicho que has debido de tener una bajada de tensión, pero que no parecía grave. Lo mejor es que no te hayas golpeado con nada al caer.
         - ¿Quién me encontró?
         - El abuelo pasaba por allí, vio algo raro y cuando se aproximó te hayo desvanecida en el suelo de la locomotora.
         - Mama, ya sé que querías que no fuese más, pero es un poco complicado…
         - Esther, hija, te conozco, y cuando muchas veces te digo por tu bien que no hagas algo, no me he girado y ya lo estás haciendo…- Adela sonreía.-… no nos has engañado por ningún momento, ya me imaginaba que seguías yendo allí.
         - ¿Has engañado?- Se extrañó, quien más podría saber que iba todos los días a ese lugar, si no había hablado con nadie de ello, y tampoco vio a nadie en todo este tiempo.
         - El abuelo va todas las tardes por allí, tú no lo ves, pero está allí.
         Adela continúo:
         - Verás, yo también he sido niña y la curiosidad por las cosas a tu edad es normal. También he hecho lo que me no quería que hiciese mis padres. Si me prohibían algo, más me atraía.
         Se recostó sobro la almohada para escuchar a su madre. Estaba intrigada, “¿Como la había permitido ir todos los días a la locomotora?” se preguntaba, y desde cuando el abuelo la espiaba, porque era eso lo que estaba haciendo escondido allí.
         - Sé desde que fuiste el primer día a ese lugar, algo te pasó que no has podido dejar de ir. Me di cuenta enseguida, y el abuelo también. Los dos tenemos la experiencia de la abuela…
         - Hay algo que me quieras contar en especial.- Le interrumpió Esther.
         - A que te refieres.
         - No, a nada en particular.- No sabía se debía preguntarla por lo que había dicho Pablo.
         Esther se mordió un poco los labios, estaba intentando decir algo a su madre que podría cambiar lo que pensase sobre ella:
         - ¿Tú crees en fantasmas?
         - No.
         - Y ¿La abuela creía?
         - A qué viene esa pregunta. No se le que pasa en ese lugar, pero desde luego olvídate de volver. Si es necesario, iré todos los días a recogerte al colegio.- Pensó por un momento, y apostilló:- ¡Ira el abuelo!
         - No te preocupes, no pienso ir más.- Recordó como reacciono Pablo cuando intento salir esta tarde. Mejor era dejar pasar un tiempo antes de volver.

         Esther regresó al poco tiempo al colegio. Todos se interesaron por su estado, cosa que agradeció mucho. Faltaba una semana para navidad, y por las tardes, a la salida de clase, iba con los amigos a casa de Guille, que tenía la habitación en la gambara, a hacer los deberes y a jugar a juegos de mesa. Su madre, Filomena, les subía todas las tarde la merienda a los cuatro. Fuera hacía mal tiempo, y no había nada mejor que un buen chocolate caliente con bizcocho para calentarse mientras jugaban.
         Alrededor de las siete y media, todos los días iba el abuelo a recogerla, su madre no mentía cuando se lo dijo. Pero no la importo, ya que quería establecer una relación con él, así que aprovecho el camino de vuelta para entablar conversaciones muy interesantes. Esther se dio cuenta que el abuelo era un hombre que sabía muchas cosas, y que ella quería escucharlas:
         - Abuelo, al cerrar las minas y dejar de pasar los trenes ¿Por qué no dejaste el pueblo para ir a la ciudad?
         - Aquí tengo toda mi vida. No sabría que hacer allí, y en el pueblo están los que más quiero… menos tú y tu madre, por supuesto.
         El día que les dieron las vacaciones de navidad, el abuelo Damián había ido al colegio, tenía una sorpresa para Esther. Había construido un trineo para poder lanzarse por la nieve con los demás chicos, el abuelo tenía buenas manos para ello, al trineo no le faltaba de nada y cuando lo probo, alucino de lo veloz que era. Incluso hubo compañeros de clase que la dijeron que si su abuelo les podía hacer a ellos uno igual. Quien más tiempo estuvo con ella fue Gabriel, se ocupaba de empujarla para coger velocidad, subirla el trineo de nuevo… y a ella esto le gustaba mucho, cuanto más estaba con él mejor se encontraba, “es muy buen amigo, además muy guapo” solía pensar.
         Fueron unas buenas navidades, ya había olvidado las últimas que pasó con el Monstruo, aguantar su borrachera y su falta de cariño sobre todo para su madre. Aunque este año los Reyes Magos dejaron ropa de invierno, su madre la había terminado un jersey, considero que eran los mejores regalos que jamás había recibido.
         Todas las tardes terminaba empapada de agua por las caídas del trineo, lo que no le gustaba mucho a su madre que la recordaba que no hacía mucho había estado muy enferma, pero aun así, Adela estaba contenta con que Esther hubiese vuelto a salir con los amigos y no deambular ella sola por aquel lugar.
         Cuando no podían salir con los trineos, iban a casa de cualquiera a pasarla jugando, incluso fueron más de un día a la Estación. Subían al cuarto y allí pasaban las horas, solo interrumpidos con la merienda que les subía Adela.
         Y así empezó un año que iba a ser especial para el país, el año noventa y dos.

         La vuelta a las clases no se la hizo muy dura, ya que por las tardes seguían quedando para lanzarse por las cuestas, y si hacia un tiempo desagradable quedaban para hacer los deberes juntos, merendar y charlas hasta la hora de recogerse todos en casa.
         Todo iba bien, pero en su el fondo todos los días pensaba en Pablo y se decía si no lo había traicionado. El último día que estuvo con él se había asustado, pero fue porque hablaron de todo lo que le sucedió y se ve que aún tiene heridas que curar, y esas tenían que ver  con el accidente que le produjo la muerte: “Debió ser muy duro enterarse de repente que ya no estaba allí”.  Continuo pensando “Hablar a la gente y que no te escuchen… que impotencia debió sentir”.
         Una tarde de regreso a la Estación, en el desvío que iba a la locomotora, Esther se detuvo, miró en esa dirección y se dijo para sí misma: “Volveré a verte”.



7ª PARADA: EL MONSTRUO

         Con un futuro prometedor, Ernesto García terminó la carrera de abogacía. Pensaba montar un despacho de abogados y poder ganar el suficiente dinero para salir del barrio y escalar al centro de Madrid. Pronto choco con la realidad, hay muchos abogados ambiciosos, con carreras cursadas en universidades privadas o en el extranjero, con varios idiomas y masters… y sobre todo hay mucho hijo de tal, sobrino de cual, nieto de… camino cerrado.
         Se tuvo que conformar con encontrar un puesto de trabajo como asesor jurídico de una correría de seguros de segunda. Se dio cuenta que no saldría de allí en su vida, a no ser que le tocase una lotería, pero lo que es trabajando no, daba para poco.
         En la discoteca del barrio conoció a una camarera, no tenía ambiciones, lo que para él fue bueno,  seguramente querría un formar una familia, crear un hogar… no sería difícil de manejar.
         Con poco más de seis meses de noviazgo, se casaron. Adela quería abandonar la casa de su tía, la cual la había dado cobijo, sin cariño, por lo tanto cuando llego un hombre encantador, abogado, no se lo pensó dos veces.
         El piso que alquilaron tenía dos habitaciones, suficiente para empezar. Era principios de los ochenta y en España se respiraba un ambiente raro, un país que se estaba levantando de una pesadilla que había durado muchos años.  Adela tuvo que buscar trabajo, para una mujer en esa época era difícil encontrar  y como no quería Ernesto que fuera de cara al público, no le gustaba que tratase con otros hombres, encontró uno en una empresa de limpieza de oficinas.

         Todo parecía que iba bien, Adela no estaba enamorada pero si le quería como compañero, creía que eso era bastante. El, católico que iba a misa todos los domingos, buen vecino, sería un buen padre y puede que con el tiempo un buen marido.
         Pero llego el día, el del primer “No”, y estalló, afloro todas sus frustraciones y en un segundo cruzo la raya y la cara a su mujer:
         - ¡Ni se te vuelva a ocurrir decirme que no otra vez!
         Lo de menos fue el motivo, con el tiempo incluso Adela lo olvido.
         Pasaron dos años, y llego Esther. Durante su embarazo fue de lo más cariñoso con ella, incluso pensó que el ser padre le transformaría, que serían una familia feliz. Pero fue niña, y pudo verlo en su cara, otra frustración más. Va a ser toda la vida igual.
         Las vejaciones cada vez fueron más frecuentes, los motivos daban igual: la comida, la casa, el sexo… según el día que él tuviera se podía sentir amenazada de sufrir violencia. Llegaba a casa y como hubiera tenido en un mal día buscaba cualquier excusa para poder meterse con ella, así hasta que se acostaban y se dormía. Intentaba no llorar delante de él, se daba la vuelta en la cama y mirando hacia la pared imaginaba estar en otro sitio, lo había aprendido de pequeña, huir a su mundo en los malos momentos.
         Al principio aguantaba por si cambiaba, luego su ego quedo por los suelos y hubo veces que llego a pensar que tenía razón, que no valía para nada, que era una inútil que solo servía para fregar y estar bajo la tutela de un hombre. Por último, aguantaba por Esther, tenía que caer toda su rabia sobre ella, que su hija no tuviera que sufrirla:
         - Eres una inútil, no sabes ni preparar un filete en condiciones, espero que la niña no salga a ti.
         Agachaba la cabeza, y se volvía a la cocina. Así los primeros años de su hija, pero cuando empezó primaria, la ira de su progenitor la alcanzó. Este añadió otra frustración, quería volver a ser padre, pero de un varón, y pasaban los años y la “inútil” no le iba a dar un varón, lo que no sabía es que Adela, a escondidas, tomaba anticonceptivos, no quería que otro hijo suyo pasase por los que estaban pasando ahora.
         Esther se convirtió en una niña introvertida, no quería saber nada de niños, en el colegio la consideraban la rara que no se relacionaba con nadie. Llegaba a casa y si estaba su padre se encerraba en su habitación y se enfrascaba en libros de personajes aventureros, independientes. Cuando su madre aparecía con el ojo morado, o con marcas de quemaduras de cigarrillo ya no preguntaba cómo se lo había hecho, ya lo sabía, no hacía falta que  su madre mintiese: “Me he caído en el trabajo, el suelo estaba recién fregado y he resbalado”, “Limpiando los ceniceros, los cigarros no estaban bien apagados y me he quemado”. Nunca la dijo que muchas veces lo veía todo, como un padre se fue convirtiendo en los ojos de su hija en el Monstruo.
         Hasta que Adela dijo basta, sabía que el siguiente escalón iba a ser su hija, y por ahí no pasaba.
                                                        *
         Llego a casa y no estaba todo igual, algo no cuadraba, la ropa por el suelo, los platos sin lavar… aún no debe haber llegado del trabajo, pero es tarde… ya se enterara. Tardo un poco en comprender de que no iba a volver, que había cogido a su hija y se había ido: “La muy puta, se ha ido”.
         Pero para algunas cosas era un hombre muy cabal, se sentó en el sofá y se abrió una cerveza: “Vamos Ernesto, piensa en los pros y contras”, a la quinta cerveza ya había llegado a una serie de conclusiones, aprovechando sus conocimientos de las leyes, sabía que sí la denunciaba por abandono de hogar tendría más adelante la sartén por el mango:
         - Lo primero que haré mañana por la mañana es ir a la comisaría.- Se había levantado del sofá a por otra cerveza mientras hablaba solo en voz alta.- Creo que en la central trabaja Valverde, eso me dijo el año pasado, de algo debe servir ser compañeros de mili.
         Abrió la cerveza, saco del frigorífico un poco de pollo frío y se sentó frente al televisor, igual tenía suerte y echaban algún partido de fútbol:
         - Conseguiré la custodia y la casa, y con ello se tendrá que aguantar y quedarse toda su vida a mi lado.- Continuo hablando solo hasta que se durmió en el sofá, borracho.
         A la mañana siguiente, llamó al trabajo para decirles que llegaría tarde, que tenía que hacer un par de recados que le eran imposibles dejarlos para más tarde. Pensó en ducharse y afeitarse, pero se lo pensó mejor: “Si voy sin afeitar y con mala cara, en la comisaría pensaran que lo estoy pasando muy mal, y me darán la razón”, sonreía mientras se miraba al espejo la mala cara que tenía: “Es muy importante cómo se redacte la denuncia, para eso tengo a Valverde”.
         - Valverde, aquí hay un hombre que te busca.
         Fernando Valverde estaba terminando el informe del atestado que atendió ayer. Era subcomisario tras varios años pateando la ciudad, tuvo suerte con un atraco a una joyería, un jonquí con una navaja y el mono la intentó robar sin darse cuenta que el cliente era un policía en sus horas libres, no le fue difícil reducirle… más adelante se comprobó que este sujeto era el culpable de varios atracos y que en uno de ellos había mal herido al dueño de un estanco. Por ello Fernando fue ascendido.
         - ¡Coño! Ernesto García.- Se levantó de la silla y fue en su dirección fundándose los dos en un abrazo.- Si que ha pasado mucho tiempo.
         Los dos se miraban fijamente, sonriendo:
         - ¡Oye! Que ha sido de tu vida ¿Te casaste?
         -¡No!, todavía no ha nacido la mujer que me pille, y tú ¿Qué?
         - Pues sí, y por ese motivo estoy aquí…
         El subcomisario se sentó en su sillón y señalo a Ernesto para que hiciera lo mismo en la silla que había delante del escritorio. Era una invitación para que le explicase cual era el motivo de su visita.
         - Hace un par de días que mi mujer me ha abandonado, llevándose consigo a nuestra hija.- Cerró los puños y con voz fuerte y agresiva se le escapó:- ¡Esa cabrona me ha quitado lo que más quería!
         Miraba a su amigo que escuchaba atentamente lo que estaba contando, sin decir ni palabra, pero con los gestos que hacía con las manos le indicaba que continuase:
         - Llegué a casa del trabajo y me encontré con la casa vacía, ni siquiera me dejo una nota, nada, no estaban.
         - ¿No lo viste venir?
         - No, yo creía que lo tenía todo bajo control, me mato a trabajar para que tengan de todo las dos…- Enseñaba las manos con las palmas tendidas hacia arriba para que su amigo comprendiese que todo era todo.-… y mira cómo me lo han pagado.
         - Bueno, tranquilízate, y dime que quieres que hagamos-
         - No lo sé, por eso estoy aquí.
         - Tenemos casos como el tuyo todos los días, en estos tiempos que corren, y con tanto liberal suelto, los abandonos de hogar por parte de las mujeres están a la orden del día.
         Ernesto asintió, ya no era lo de antes, que un matrimonio era hasta la muerte, pero con las nuevas leyes de separación y divorcio muchos no aguantaban. El sólo quería que esa perra volviese con el rabo entre las piernas.
         El subcomisario continuó:
         - Lo primero que vamos hacer es poner una denuncia por abandono de hogar. Te vas a cuidar en salud, no sea que venga con un abogado y quiera quedarse ella con la casa y echarte fuera.
         - Eso lo puede hacer. Es mi casa y ella es lo que se ha ido.
         - A eso vamos, tú pones la denuncia y golpeas primero.
         - Y lo de mi hija…
         - Eso es otro tema, al llevársela sin tu consentimiento está cometiendo un delito, por lo que un juez en caso de separación podría darte la patria potestad.
         Eso ya le sonaba mejor, sabía que a Adela lo que más la importaba en la vida era su hija, cuantas veces accedió hacer lo que él quiso para que ella no se enterara. Si conseguía hacerse con la patria potestad de la niña finalmente ella se quedaría en casa, y eso era lo que quería, tenerla allí, no iba a consentir que se separase de él: “Antes acabo con ella que verla fuera de mi vida, y mucho menos con otro”.
         Pasó el resto de la mañana formalizando la denuncia por el abandono del hogar. Estaba muy a gusto en el papel de víctima mientras iba relatando como se encontraba y lo mucho que quería a su mujer e hija.
         Cuando terminó, espero a subcomisario y salieron a tomarse una cerveza en una taberna que había cerca. Se prendieron un cigarrillo y fueron caminando, durante el trayecto iban recordando viejas batallitas de la mili, preguntándose qué habría sido de sus viejos compañeros de armas.
         En la taberna, se sentaron en una mesa del fondo, no querían ser interrumpidos por nadie.
         - Fernando, no te he querido decir nada en la comisaría porque no me fío mucho de la gente que hay.
         - No te fías de tus compañeros policías.
         - El año que viene, con Las Olimpiadas y con La Expo, se han puesto muy nerviosos, y quieren además un cuerpo de policía moderno, que sea modélico y cualquier atisbo de violencia o malos modos son mirados con lupa.
         - ¡Joder! La propia policía vigilada.
         - Pues sí, y todas las semanas tenemos seminarios de cómo comportarnos, amén de nuevas técnicas… la vieja guardia apenas contamos, ahora todos parecen salir de un gimnasio lleno de esteroides… 
         Se tocaba la barriga, y el bigote. Se consideraba un gran policía al cual unos niñatos no le iban a enseñar nada.
         - Lo que quería decirte, es que te andes con cuidado con lo de tu mujer.
         - ¿Por qué?
         - Cómo te he explicado antes, las leyes van cambiando rápidamente, y estos temas según interesen cada vez a la opinión pública van a tener más relevancia. - Hizo una pausa, miro hacia todos los lados y se acerco a su amigo.- ¿Has pegado alguna vez a tu mujer?
         - Que tiene eso que ver.
         - Pues que ninguna mujer abandona su hogar con hija por nada, y el pegar a una mujer cada vez está peor visto por la sociedad, e incluso como te he dicho antes, por estos nuevos policías de m…
         - Alguna vez, le he soltado algún guantazo, todos merecidos, pero sin más.
         - Nunca debes mencionarlo delante de cualquier agente de  la ley.
         Ernesto lo entendió y se hecho contra el respaldo de la silla. Tenía que andar con pies de plomo, de todas formas no había denuncia de su mujer contra él, y sería su palabra contra la suya.
         - Por cierto, sabes a donde ha ido.
         - Lo cierto es que no. He llamado a su tía y dice que por allí no ha ido. No tiene apenas amigas… las vecinas tampoco saben nada.
         - No puede haber desaparecido. Mi experiencia me dice que una mujer que aguanta durante tiempo, a su vez tiene en su mente algún lugar en donde poder refugiarse. Piensa y lo encontrarás.
         No le hizo falta mucho tiempo pensar. Ya sabía en donde se escondían, pero nunca había estado en ese pueblo de León:
         - Todavía le vive un padre, en un pueblo de la zona minera de León. La verdad es que apenas me contó nada, y siempre decía que jamás volvería.
         - Creo que se equivocaba ¡Esta allí!
                                                        *
         Una semana después del abandono de su esposa, Ernesto estaba decidido a ir a buscarla, pero no se atrevía a ir sólo así que quedo con subcomisario Valverde, pero lo que son las cosas, empezaron a despotricar de las mujeres bebiéndose alguna que otra cerveza… y acabaron en un lupanar en la carretera de La Coruña, borrachos y sin ninguna gana de ir en busca de Adela. No fue la única vez.
         Según fueron avanzando los días, en su interior fue creciendo un odio mayor hacia su esposa, se extendió incluso también a Esther. Intentaba calmar ese dolor con el alcohol, lo que le provocaba un bienestar momentáneo, pero las mañanas siguientes a las borracheras volvía a maldecir su suerte y con ello a su familia.
         En el trabajo le tuvieron que llamar un par de veces la atención, se había descuidado tanto que su presencia física no era la adecuada, aparecía sin afeitar y con la ropa arrugada y sucia, pronto se dieron cuenta que su mujer le había dejado, pero nadie dijo nada, no era asunto suyo la vida privada de los compañeros, además había como un pacto de silencio entre todos, nadie se metía en la vida de otros.
         - Tengo que hacer algo. Esto no se me hace a mí. Mañana sin falta voy en busca de esa perra.- Todas las mañanas al levantarse se proponía que del día siguiente no pasaba, y así pasaban los días, semanas y meses.
         Llegó las navidades, y las pasó sólo. No quería estar con nadie, además su amigo el subcomisario Valverde tuvo que partir a unos seminarios de tácticas antiterroristas, ya estaban en mil novecientos noventa y dos.

        



        
 8ª PARADA: HERMANOS

         No pasaba ninguna tarde, que al regresar a la Estación, se parase en el cruce de camino que llevaba hacia la locomotora, pensaba que a lo mejor había traicionado a Pablo, pero el recuerdo del último día que estuvo con él le venía y seguía su camino a casa.
         El buen tiempo venía y los días se hacían más largos, lo que aprovechaba la pandilla para quedarse hasta tarde sin ir a casa.
         En la Estación se respiraba un aire de paz, Adela había encontrado una ocupación, aprovechando lo que aprendió de costura con su tía en Madrid, se dedicaba a realizar pequeños arreglos de ropa, además  ayudaba de vez en cuando en la tienda de su amiga Paula, y así contribuía con algo de dinero en casa, ya apenas tenía de lo que se trajo cuando vino. El abuelo,  cada vez seguía menos a su nieta, se dedicaba a matar el rato en la taberna jugando al domino o al tute.

         Con la primavera y el buen tiempo, la pandilla empezó a salir más del pueblo. Todos tenían bicicleta, Esther llevaba una que le había arreglado el abuelo, era vieja pero se la habían dejado bonita, no había dejado ningún detalle suelto, incluso el color era violeta, uno de sus preferidos.
         - Vamos después de clase en bici hasta la locomotora.- Dijo Guille.
         - Vale, así vemos como la ha dejado tu abuelo.- Contesto Gabriel mirando a Esther.
         - No me apetece mucho ir. Mejor nos vamos por a otro lado.- Esther se hacia la desinteresada.
         - Si no quieres venir ya iremos nosotros ¿Verdad?- A Guille le molestaba mucho cuando proponía algo y los demás lo rechazaban.
         La que no dijo nada era Cilia, hacia un tiempo que se había dado cuenta que su hermano siempre se ponía de parte de Esther, sabía que le gustaba y por como ella le miraba parece que también. No quiso decir nada, aunque era muy pequeña seguramente se hubieran reído de ella, y su  hermano a lo mejor no dejaba que fuera con ellos.
         - Guille, lo dejamos para otro día. Esther tiene razón, allí no hacemos gran cosa.
         Así quedaron. Por la tarde cogieron las bicicletas y se fueron a la charca que había cerca de la casa abandona del guardabosque. Pasaron la tarde tirando piedras y contando chistes, Guille intento asustar a Esther tirándola una rana que había cogido con la ayuda de Cilia, pero consiguió el efecto contrario al que perseguía:
         - Que te hace ese idiota, yo te llevare de nuevo a la charca.
         - Bésala, a lo mejor es un príncipe azul.- Cilia hizo el gesto de besarse las manos.
         - Los príncipes azules no existen más que en los cuentos, de eso ya te darás cuenta.
         - No seas tan dura con ella.- La interrumpió Gabriel.- Te lo dice en broma. Yo soy el mayor y pienso que no hay príncipes ni princesas, pero si gente maravillosas…- Se le quedo mirando atentamente, en silencio.
         - Vamos tío, no seas cursi.- Guille no se enteraba de nada.
         Se sentó al borde de la charca para ver si localizaba algún tritón o renacuajo al cual poder tirar piedras:
         - Mañana decido yo lo que hacemos, esto es un aburrimiento.
        
         En la Estación, el abuelo pregunto si sabían algo de las olimpiadas que se iban a celebrar en Barcelona. Esther le estuvo contando como se habían conseguido y como en los colegios de toda España se ponía énfasis en que los alumnos aprendieran a hacer deportes para luego poder competir. Añadió al comentario de que la mascota era un perro atropellado, fue en busca del bote de cacao y pudo ver el dibujo del perro, los dos estuvieron riéndose a costa del dibujo un buen rato. Adela en cambio, si le dijo a su padre lo importante que era para el país el poder celebrar un evento deportivo de ese calibre, si iba a demostrar la madurez de la España moderna, un país que un mismo años celebraba también una Expo y conmemoraba el descubrimiento de América:
         - No te lo pierdas abuelo, si la mascota de las olimpiadas es tan fea, la de la Expo de Sevilla es la bomba.- Salió corriendo hacia la habitación, cogió la carpeta del colegio y volvió a bajar.
         - Mira abuelo.- Le enseño un cromo con la mascota de la Expo.- Abuelo, dime qué clase de pájaro es.
         - No lo sé, pero seguro que por aquí no hay ninguno parecido ¿Se puede comer?
         - Abuelo.
         - Hija, pájaro que vuela a la cazuela.
         - Hablando de cazuela, vamos a cenar.- Adela estaba poniendo la mesa.- Esther no te olvides de lavar la manos.
         - Ya voy. Abuelo, por cierto el pájaro se llama Curro.
         - Acertado nombre, sin duda.
         Damián había cogido un gran cariño a su nieta, había estado mucho tiempo solo, y ahora volvía a tener una familia con la que podía estar los años que le quedasen. Volvía a estar en paz, y cuando iba a visitar a Matilda, la contaba lo feliz que era y la maravillosa nieta que tenía: “Te gustaría mucho, es inquieta como lo eras tú”, y tampoco se olvida de su hija: “Estarías orgullosa de lo mucho que vale, la vida la ha golpeado varias veces, pero es una luchadora”.

         Una tarde, por fin, Guille se salió con la suya, fueron a dar una vuelta a la locomotora. A Esther no la hizo mucha gracia, pero ya no tenía ninguna excusa, así que todos fueron.
         Todo parecía en calma, mientras Gabriel y Guille se subían por todos los lados, Cilia permaneció sentada en las escaleras. Esther se hizo la distraía, y empezó a coger flores, mirando de reojo, no veía nada raro y eso era lo que temía: “Y si se ha ido”.
         - Esther sube con nosotros, vamos  hacer un viaje hasta Barcelona para ver las olimpiadas.- Grito Gabriel.
         - No gracias, estoy muy bien aquí.- Intentaba mantener la calma.- Y ¿Si nos vamos?
         - De eso nada, acabamos de llegar.- Dijo Guille.
         De repente Cilia se levantó de las escaleras y se subió a la cabina, no decía nada, y comenzó a trepar por las hacia el techo de la máquina. Su hermano y Guille no se percataron de nada, pero Esther desde abajo estaba viendo lo que estaba haciendo:
         - Cilia, no subas al techo, te puedes caer.
         Esto alerto a Gabriel, que de inmediato la dijo que se tenía que bajar, pero ella parecía que no escuchaba a nadie. Cuando estuvo arriba se arrimó al borde, la caída era muy peligrosa ya que daba sobre piedras y raíles. Cilia mantenía el equilibrio, pero seguía sin hacer caso, inclinándose cada vez más, era increíble que el peso no la hiciese caer.
         Esther se acercó con cuidado a la locomotora, mirando a su amiga, y cuando  ya estaba al lado de la máquina, esta se giro y se dirigió a ella:
         - ¿Por qué has tardado tanto en volver?
         - Necesitaba tiempo. Estoy confundida.- Seguía mirando la mano de Pablo, la que sujetaba a Cilia.- Por favor, no dejes que le pase nada.
         Los dos chicos creían que Esther estaba hablando con Cilia, tampoco prestaron mucha atención a lo que decía ya que ellos estaban subiendo para intentar agarrarla.
         - Me he cansado de esperar, tienes que hablar con mi hermana.
         - ¿Qué quieres que le diga?
         - Pregúntale si está preparada.
         - Pero no sabe para qué…
         - Más vale que lo sepa.- Tiró hacia el centro y Cilia se cayó de culo en el techo.
         - ¿Qué ha pasado? – Pregunto Cilia.
         - Estás tonta, que susto me has dado. En que estabas pensando, nunca habías subido y te da el punto y ala… para arriba.
         Gabriel estaba muy enfadado con su hermana, por eso nadie se fijó en Esther, que seguía abajo, había quedado en shock, igual que su amiga que todavía no se había recuperado. Vio finalmente que Cilia volvía en sí, por lo que se centro en intentar entender lo que había pasado, Pablo había utilizado el cuerpo de su amiga para darle un mensaje, y si lo había hecho una vez seguramente lo podría volver a repetir con otra persona. Luego estaba el mensaje, seguía queriendo ver a su hermana, pero que es lo que sabe su madre que le interese tanto: “¿Por qué mi madre no está preparada para lo que quiere?”
         - De verdad que no me acuerdo de nada.- Cilia intentaba explicar a su hermano que ella no había querido subir al techo, que estaba tranquilamente sentado y que ya no se acordaba de nada.- Me quiero ir a casa, estoy mareada y tengo el sabor en la boca de como si hubiera comido tierra.
         - Sí, vámonos, creo que será mejor que lo dejemos por hoy.- Esther tampoco quería seguir allí.
         Se despidieron en la puerta de la Estación, Cilia parecía que tenía mejor cara. Guille no había dicho ninguna palabra desde que habían dejado la locomotora, tenía ganas de quedarse más tiempo jugando pero entendió que los demás se vinieran cuando paso: “Tendremos que dejar a la mocosa con los de su edad, no somos los canguros de niñatas… ¡Maldita sea!”
         Esther estuvo encerrada en la habitación hasta la hora de cenar. Bajo y ceno normal, quería hablar con su madre pero no con su abuelo delante, por eso cuando terminaron de cenar ayudo a Adela a recoger y fregar los platos. El abuelo salió a dar un paseo, lo hacía cuando venía el buen tiempo, le gustaba el olor que desprendía el campo al llegar la noche.
         - Mama ¿Estás preparada?- Esther estaba secando los platos y soltó la pregunta como si nada, creyó que era mejor así.
         Adela no dijo nada, desde hacía un tiempo sabía que el pasado volvería, y todo lo que había pasado con su hija en estos últimos meses tenía que ver con lo sucedido cuando era pequeña, pero que era, tenía una laguna de su infancia, había borrado pasajes que no podía recordar: “¿Estoy preparada?”
         - No lo sé. Sabía que cuando lo dijo mi madre se refería a mí, pero no estoy segura de que esté preparada.
         - La única manera de saberlo es que vayamos las dos a la locomotora.
         La cara de Adela estaba descompuesta, tenía que enfrentarse a su pasado, y lo malo de todo es que no sabía cómo hacerlo, como podía ir a la locomotora y no saber que decir.
         - Dime Esther, te ha dado alguna pista. – Pregunto a su hija, ella era la que estos meses había estado en contacto con lo que fuera.
         - No mama, pero está empeñado en que vayas…- Esther respiro  hondo y fue a donde su madre, le agarro de la mano y le termino diciendo lo que estaba pensando desde la  tarde.-… va a hacer daño a alguien si sigue esperándote, creo que se le esta acabando la paciencia a pasos agigantados.
         - Mañana, cuando estés en el colegio, iré.
         - No quieres que te acompañe.- Se le acercó acariciando su mejilla, igual que ella había hecho cuando se encontraba enferma.
         - Debo de finiquitar esto… tengo una deuda con mi pasado.
         Aquella noche se le hizo eterna a Adela, intentaba recordar a sus hermanos, pero no podía, lo máximo que se acercaba e a la tarde del accidente de Pablo, un poco antes de que sucediese y cuando ya estaba en casa con su hermano. Todas las vueltas terminaban en el mismo sitio, en dos épocas distintas, su madre y su hija preguntando si estaba preparada.
         Por la mañana, tras desayunar, Esther dio un beso a su madre, y sin decir nada fue en busca de sus amigos que la estaban esperando en la puerta. No miró atrás, era mejor dejar que su madre hiciese lo que considerase más adecuado.
         - ¿Te encuentras mejor? – Cilia caminaba a su lado.
         - Si, pero sigo sin recordar nada.
         - Ni siquiera la bronca que nos echaron anoche.- Gabriel parecía malhumorado.
         Siguieron camino del colegio, y poco a poco fueron recobrando la normalidad,, para todos menos para Esther, este día era igual que muchos otros de primavera.
                                                        *
         Todo estaba igual que hacía treinta años, no pasaba el tiempo por la vieja locomotora. Se notaba que su padre  la cuidaba, la pintura era reciente, hacía poco que había sido el cumpleaños de su madre: “¿Cuánto mejor que estuviese en un museo?” se preguntaba mientras se acercaba. Cuando estuvo a su lado, estiro la mano y fue recorriendo su perímetro sin dejar de tocarla, acariciarla… poco a poco las sensaciones de niña le fue embargando, si, allí paso muchas tardes con sus hermanos, cogiendo flores, maderas… haciendo los deberes.
         - ¿Qué tal Adela? – Pablo estaba agarrado al asidero que servía para subir, tenía una sonrisa de oreja a oreja, por fin podría hablar con su hermana.
         Adela había sentido en pequeño escalofría cuando paso junto a las escaleras, se detuvo y miró hacia arriba, el sol de la mañana iluminaba su cara.
         - No me oyes…- Pablo giraba alrededor de Adela, pero esta no se inmutaba.
         Decidió sentarse un rato, a pensar, pero seguía igual: “A lo mejor no estoy preparada. Y si no se refiere a mí.” Hablaba para sí misma, y tras una hora sentada comprendió que fuese lo que fuese lo que había estado con su madre e hija, con ella no daba resultado.
         Pablo también había desistido, creyó desde el mismo día de su muerte que su hermana iba a verle como su madre y sobrina, pero no era así. Finalmente se sentó junto a ella y le pregunto al oído:
         - ¿De verdad no te acuerdas de nada?
         Adela estiró la mano como para asustar una mosca, sentía cosquillas en la oreja:
         - Si eres Pablo, y que hablemos, tendrá que ser de otra manera.- Miraba hacia arriba, el sol la deslumbraba.
         - Pero ¿Qué estoy haciendo? Me estoy volviendo loca.- Metió la cabeza entre las rodillas.
         En el suelo, algo se movía, en el barro seco empezaron a parecer unas letras: ESTHER.
         - No lo entiendo. ¿Por qué no te me apareces? Soy tu hermana, la que estuvo contigo aquí ese día, te tienes que dejar ver…- Se alejó un par de metros de la locomotora, llorando de rabia.
         De repente una mano alcanzo su hombro, se giró asustada creyendo que allí iba a estar… pero lo único que alcanzó ver fue a un hombre iluminado por el sol, después se dejó caer al suelo.








9ª PARADA. ESTAS PREPARADA        

         La mano tendida de su padre la ayudo a levantarse del suelo, era el hombre que le había tocado el hombro, la había seguido y vigilado igual que hacía con Esther. Aquella mañana vio cómo su hija salía tras irse al colegio su nieta, cosa que no era normal, por eso decidió seguirla, y cuando cogió el desvío hacia las minas supo enseguida a donde iba, pero no quiso entrometerse, por eso empleo la misma táctica que con su esposa y nieta.  Espero paciente detrás de los arbustos, tenía el rincón bien elegido ya. Seguía sin ver nada especial, pero algo que se le escapaba atraía a las mujeres de su familia a la locomotora.
         Finalmente vio cómo su hija hablaba sola, y eso le sonaba, Matilda lo hacía también años atrás, pensó “Otra vez no”, pero no interino hasta que algo pareció asustarla.
         - Vámonos a casa, te prepararé un café.
         - Esto no ha terminado aún, sea lo que sea lo que quiera todavía no lo ha conseguido.- Adela miraba a su padre, esperando que la llamase loca o paranoica.
         - Adela, eres mi hija, y te quiero, pero lo mejor que puedes hacer es coger a Esther y volver a empezar en otro lugar.

         Esther vino a comer, busco a su madre para que le contase que es lo que había ocurrido por la mañana, pero esta rehuyó de hablar del tema, por lo que no insistió más “Cuando tenga ganas de hablar, ya lo hará”.
         Por la tarde, con Esther en el colegio, Adela llamo a su padre para que se sentara con ella en la mesa.
         - Tenemos que hablar.- Le dijo mientras este se sentaba en frente.- Creo que tienes razón, llevamos aquí mucho tiempo, y lo mejor será que busquemos otro lugar en donde echar raíces.
         - También lo había pensado, no porque me molestéis, sino por Esther, necesita otro tipo de educación, mejor que la que tiene aquí.
         - Sí, por Esther.- Contesto Adela.
         - ¿Te acuerdas de tu primo Dámaso?, el hijo de mi hermano Antonio.
         - Vagamente.
         - Pues este chico vive en el País Vasco, en San Sebastián ¿si quieres le llamo para que te busque algo allí?
         Adela tenía en mente otra opción, había estado barajando irse a Barcelona, con motivos de las Olimpiadas 92 seguro que allí habrá trabajo, pero lo que más la preocupaba ahora, es cómo se lo iba a decir a su hija.
         - Primero tengo que hablar con ella.
         - Enfócalo desde el punto de vista de su educación y lo que va a suponer vivir en una ciudad tan grande y bonita como puede ser Barcelona, incluso con playa.- Damián quería ayudar a su hija, iba a ser un trago difícil de digerir por la niña, la cual se veía que estaba totalmente integrada en el pueblo.
         Adela a su vez, también pensaba en Ernesto, seguro que tarde o temprano terminaría encontrándolas, y ya conocía como se las gastaba cuando se enfadaba, y no podría defenderse, su padre estaba muy mayor para lo bestia que él era.
         Los dos se levantaron para abrazarse como padre e hija,  no querían separarse después de treinta años de no ser una familia. Estos meses los había reconciliado y estaban en paz con ellos mismos, eso es por lo menos lo que pensaban porque ya sabemos que todavía hay heridas abiertas que no se cierran hasta que todos descansen.

         Damián visito a Matilda aquella misma tarde:
         - Lo que es la vida, hoy viendo a nuestra hija en la locomotora me recordó mucho a ti… no quiero que se me vaya de igual manera.
         Dejo un ramo de margaritas que había recogido de camino y se marchó del cementerio sin decir nada más, quería disfrutar de la tarde tan buena que se había quedado, la primavera era su estación favorita.
                                                        *
         Aprovechando que Esther había venido pronto del colegio, quería estudiar para un control que les iba a poner la Señorita María al día siguiente, Adela subió a su habitación con la merienda:
         - Tienes que descansar un poco la vista.
         - Mama, que me cuentas de lo de esta mañana.
         - Pues hija, la verdad es que me he pasado por allí, pero no he sentido nada especial, he estado alrededor de una hora, pero los recuerdos son mínimos, sea lo que sea…- Aquí Adela hizo un pequeño descanso, estaba mintiendo a su hija y ella no debía darse cuenta.-… lo que tú captas, o crees que sientes creo que pueden ser imaginaciones adolescentes, estas en un nuevo pueblo, con amigos nuevos y a lo mejor querías evadirte…. Y luego oíste historias…
         - ¡Pero mama, es tu hermano!
         - Verás, paso hace muchos años, y el tiempo ha hecho que yo no lo recuerde, será por algo ¿no?- Miró a su hija y la entrego el bocadillo.
         Esther no lo quiso coger mientras negaba con la cabeza, no podía ser, Pablo no se refería a otra persona, la única que vio lo que paso fue ella, cómo podría olvidarse de aquello y ¿por qué insistía Pablo? Empezó a dudar de muchas cosas.
         - He pensado que ya llevamos mucho tiempo aquí, vamos a cambiar de aires. Nos vamos a ir a Barcelona.
         - ¿Cómo?, será una broma…- Esther estalló indignada, no podía creerse lo que su madre le acababa de decir, irse del pueblo ahora que tenía amigos, que se había hecho al estilo de vida de la gente de allí…
         - Sin duda es un palo para ti, pero a la larga me lo agradecerás… sabes muy bien que la educación que obtendrás en otro lugar va a ser mejor, las posibilidades que tienes en el pueblo no son muchas para sacar adelante un futuro, a no ser que no quieras tener un mejor futuro…
         - No tiene nada que ver con eso...- Era una niña muy viva e inteligente y le iba a ser difícil a Adela engañarla.-… tiene que ver con lo que haya pasado esta mañana.
         - Verás Esther, la vida es muy compleja y el ser madre es muy difícil, más aún cuando ahora estamos solas las dos, ya sabes que con tu padre no podemos contar para cosa buena. Tengo que velar por tu futuro, y aquí tarde o temprano no tendremos recursos, y para estudiar lo que quieras tendrás que ir fuera y yo no podré costearlo…
         - Me quedare ayudándote.- La interrumpió.
         - No es eso. El abuelo esta mayor, y yo tengo ahora un poco de trabajo, pero no es suficiente…- Estaba en lo cierto, aunque su preocupación mayor era lo que había visto por la mañana en la locomotora, tenía que protegerla de lo que había allí, quería que volviesen las dos y no lo iba a consentir, que la hiciera daño.-…al final te darás cuenta que has perdido unos años preciosos.
         - ¡No es justo! No piensas en mí.
         - No se habla más, cuando lo pienses verás que es lo mejor.
         Adela cerró la puerta, y se paró en el pasillo, unas lágrimas empezaron a caer, no quería por nada en el mundo defraudar a su hija, pero tenía que protegerla lo mejor que pudiera. Para auto convencerse pensó por  en su marido, el Monstruo, él también era un peligro para las dos. Cuando bajo al salón, estaba temblando: “Puede que los peligros terrenales no sean los únicos a los que hay evitar” se dijo finalmente dejándose caer en el sillón.
         Pero en toda la tarde no dejo de sentirse mal, no le gustaba estar enfadada con su hija y lo riña que habían tenido al final la había angustiado.
         A la hora de cenar Esther no apareció, el abuelo pregunto a Adela si iba en su busca, pero esta no quiso “Déjala en paz, cuando recapacite comprenderá que es lo mejor para las dos”. El resto de la cena fue en silencio, no estaba el ánimo como para charlas intranscendentes.
         Adela se lavo la cara y se puso el camisón. Antes de meterse en la cama echo un vistazo a la cama de su  hija, parecía que dormía pero aun así sintió la necesidad de darla el beso de buenas noches. Cuando fue a destapar la sabana se encontró que Esther no estaba, había dejado un la almohada de forma que parecía que era ella la que estaba acostada. Salió corriendo de la habitación hacia la de su padre que todavía no se había metido en la cama:
         - ¡Esther no está! – Le grito.
         - No puede estar muy lejos, déjame que me vista.
         - No puedo esperarte, creo que ya sé a dónde ha ido.
         Ni siquiera se quitó el camisón, se puso por encima el abrigo y las botas que tenía al lado de la puerta de salida. En la entrada había una vieja linterna de minero que tenía su padre de cuando hacía las rondas para ver el estado de los cambios de vías y que conservaba como recuerdo y para sus rondas nocturnas cuando no podía dormir.
         Adela enfilo el camino hacia la vieja locomotora, no podía haber ido a otro sitio, ya era muy tarde y todos sus amigos seguramente estarían en la cama durmiendo, y sino sus padres la hubieran avisado. Su paso era muy ligero, curiosamente fue pensando que menos mal que ya no era pleno invierno porque de lo contrario lo hubiera pasado mal solo con un camisón y el abrigo. Ya faltaba poco, cuando alguien le agarro del brazo, el susto fue mayúsculo, creyó que el corazón se le iba a parar, todo el bello de su cuerpo se había erizado:
         - Soy yo.
         - Me has dado un susto de muerte.- Su padre estaba detrás jadeando, debía haber corrido bastante para alcanzarla.
         - Conozco un atajo, son muchos años hija.- No la soltaba, no por no dejarla ir, sino porque quería un apoyo en donde poder reposar de la carrera que se había dado.
         Acortaron bastante tiempo por el camino que conocía su padre, pronto llegaron:
- ¿La has visto?
         - Sí. Está sentada, parece distraída. Voy acercarme, espera aquí, no quiero que se asuste al vernos a los dos a la vez.
         Adela se acercó muy despacio, no quería asustarla más, su hija se había escapado en plena noche para ir a la locomotora, lo que significaba que apreciaba mucho lo que allí se encontraba y la noticia de que tenía que abandonarlo no la había cogido bien. Ahora tenía que enfrentarse a sus miedos, fuera lo que fuera lo que albergaba la máquina de tren, esta noche lo iba a descubrir:
         - ¡Hola! Menudo susto nos has dado.- Le dijo muy bajito, intentando no llamar la atención a lo que allí había.
         La niña no contesto, parecía que estaba dormida, tenía la cabeza apoyada en los hombros, agachada. Creyó que estaba dormida así que fue a cogerla para llevársela de vuelta, pero cuando ya la había abrazado y apoyado su cabeza contra la suya, abrió los ojos y sonriendo le saco la lengua:
         - Nunca te gusto que te sacaran la lengua hermanita.
         Adela retrocedió, soltando a su hija que cayó de pie delante de ella. Seguía sonriendo de manera desafiante. Era su hija la que estaba allí, por lo menos su cuerpo, pero no era ella la que había hablado: “¡Hermanita! Si, debe ser él”, pensó. Ahora comenzaba a entender lo que le quiso decir el día que había estado en el tren, para eso quería que viniese Esther, la estaba utilizando como transmisora. Nunca hasta ese momento había creído en que existiese la manera de poder comunicarse con las personas fallecidas, tomaba a los médium como charlatanes que querían aprovecharse de la fragilidad de personas, sobre todo mayores, que habían perdido a personas queridas, para sacarles todo el dinero que pudiese, incluso en la televisión proliferaban cada más este tipo de personajes.
         - ¿Estás preparada? – La miraba fijamente, tenía las pupilas muy dilatadas, todo el resto de la córnea era de color sangre.
         - Primero quiero saber que mi hija está bien… - Hizo un pequeño paro para terminar: - … Pablo.
         - No te preocupes por tu hija, no me interesa lo más mínimo hacerla daño. Desde el primer día que vino supe que era ella, se parece mucho a ti a la misma edad. ¿Estás preparada?
         - Para qué, no recuerdo nada de lo que hice de pequeña, mis recuerdos comienzan en un tren dirección Madrid, hace treinta años.
         - Por lo menos tienes recuerdos, yo en cambio me quedé aquí, y todavía hoy no sé lo que soy. Estoy muerto, sigo siendo un niño, pero atrapado, hay algo que tengo que hacer y tiene que ver contigo.
         - Déjame entonces que te ayude, me quedare toda lo que haga falta, pero deja el cuerpo de mi hija. - Adela seguía mirando el cuerpo que tenía delante y lo único que quería era que fuese su hija la que hablase, que Pablo la abandonase.
         - Ya me fallaste una vez, y lo vas a recordar. Además necesitamos el cuerpo de alguien que si pueda verme, no vale cualquiera, ya lo intente el otro día con la niña que tiene como amiga y lo máximo que pude hacer fue introducirme en ella pero no comunicarme.
         Recordaba el día que poseyó a Cilia, a la cual pudo manejar en cuerpo pero no en habla, de lo contrario seguramente les hubiera dado un buen susto a todos.
         - Eres muy protectora con tu hija, pero no lo fuiste conmigo.
         - Éramos niños… fuese lo que aquí paso me vino grande, tanto que no lo recuerdo.- Adela no mentía, no recordaba lo que había pasado, tampoco hizo ningún esfuerzo en Madrid de pensar en el pueblo  y en la familia que dejaba, creyó que sus padres estaban mejor sin ella, por eso la habían mandado fuera.
         - Dile a papa que puede salir de su escondite, si lo sé, todos estos años lo he visto venir a pintar la máquina y cuando estaban aquí los niños se quedaba detrás, vigilando…
         Adela hizo un gesto con las manos para que su padre pudiese verla desde los matorrales y se acercase. Enseguida estuvo a su lado, mirando fijamente a lo que él creía que era su nieta:
         - Hola Esther, que susto nos has dado.
         - ¿Qué tal padre? - Una risa irónica salía de la boca de la niña.
         - Tú no eres Esther, ¿Quién demonios eres?
         - Eso mismo padre, el mismo demonio de tu hijo, si, Pablo, aquel al cual su hermano mayor mató.
         - ¡Mientes, no te atrevas hablar así de tu hermano! - Para ese momento Damián ya no diferenciaba el cuerpo de su nieta con el demonio que tenía dentro.
         El cuerpo giro y subió las escaleras, cuando estuvo arriba señalo al hombre que era su padre:
         - Siempre le protegiste, nunca te ocupaste de mí.
         - No sabes de lo que hablas.- Damián empezó a subir también, pero Adela le agarro de la manga y le tiro hacia atrás, no quería que se convirtiese en una pelea entre los dos, no mientras su hermano siguiera dentro del cuerpo de su hija:
         - Escucharme los dos, sé que soy la que tengo la llave para deshacer esto, no me acuerdo de nada…- miro a su padre.-… y por tanto me tienes que ayudar.- Ahora miraba a su hermano.
         - Bien hermanita, vas oír lo que paso aquel día, y seguro que acordarás de cómo me fallaste.
         - Si es así, no tengo nada más que decir que “perdón hermano”.
         Pablo narró lo que había pasado aquel día: “Héctor me empujo delante de ti, lo viste todo y no fuiste lo suficientemente valiente como para decírselo a los padres. No sabes lo que sentía al darme cuenta que no estaba con vosotros en La Estación; Estaba muerto, sólo y traicionado por mi hermana. Regresé al lugar en donde se encontraba mi cuerpo y que desde entonces sigo aquí”. Una vez terminado de contar todo esto, miro  a su hermana.
         - Hermana ¿Estás preparada?
         - Adela, no es verdad lo que ha contado, no creo que tu hermano te hiciese daño, siempre le intente inculcar que tenía que protegeros a los dos.
         - ¡Calla padre! – Adela se sentó en el escalón.- Ahora me acuerdo de todo: estaba recogiendo flores cuando vi como Héctor le empujaba,  al ver que estaba mal intente salir corriendo para pedir ayuda, pero me alcanzó amenazándome de que me iba a pasar lo mismo si contaba lo que había sucedido. “Ha sido un accidente” me dijo.
         Tenía la mirada perdida, estaba reviviendo aquel día:
         - Cuando llegue a casa no tuve valor para decir la verdad, tuve miedo. El me miraba… todo mi cuerpo temblaba, pero no porque Pablo hubiese muerto sino porque Héctor me pudiera hacer lo mismo a mí. Me encerré en mí, y me dije que nadie sabría nada, y así pasaron los días, y cada vez el recuerdo de la locomotora… Pablo… las vías… se fueron disipando en mi cabeza hasta que el día del incendio…  mama me enseñara las manos….
         - Ves hermana como no es tan difícil.
         - Si lo es, lo tenía totalmente olvidado hasta hoy…
         - ¿Y tu madre? – Pregunto Damián.
         - Mama lo sospechaba todo, y me imagino que tendría el mismo poder: ver lo que los demás no veis…
         Paro un momento, y volvió al lado de su padre, el cual estaba asimilando todavía que su hijo mayor había sido el culpable de la muerte del menor. Pero todavía le quedaba por escuchar lo que le paso a Matilda, como también tenía el sentido de ver a los muertos,  en concreto a su hijo.
         - Mama provoco el incendio para acabar con Héctor, consiguió quitar el pomo por el lado del pasillo y luego me lo enseño para decirme que había sido ella, tenía en las palmas de la mano la marca de las quemaduras que le había producido al quitarlo de la puerta.
         - ¡No fue ella!- Grito su padre mientras se abalanzaba sobre el cuello de la niña.
         - Suéltala papa, es mi hija.
         - Es el diablo, un ser malvado que ha poseído a tu hija e hizo lo mismo con tu madre.
         De un golpe certero en el pecho, Damián salió por los aires tres metros, la fuerza con la que había empujado Pablo era la de un adulto en buena forma:
         - Ahora sacas el mal genio, ahora después de todos estos años. Venías con tus botes de pintura y hablabas a la máquina como si fuera tu mujer, pero de mí no te acordabas, yo también fallecí aquí.
         - ¿Qué le hiciste a tu madre? – Volvió a preguntar Damián, incrédulo con lo que estaba escuchando de boca de su hijo.
         - Nada, solo contarle la verdad. Fue decisión de ella acabar con Héctor… – Hizo una pausa para pensar bien lo que iba a decir a continuación. - … en un principio quería matar también a Adela, pero la convencí de que no lo hiciese, que ya contaría la verdad cuando estuviese preparada.
         - Ya he contado todo, como querías, ahora, por favor deja marchar a mi hija… – Adela lloraba, tenía las manos en posición de ruego.-… déjanos en paz.

         Damián observaba sentado en la hierba, en donde había aterrizado por el golpe que le había dado. No sabía que más decir, a lo mejor era culpable de que en todos estos años solo lloraba por su mujer y no por su hijo pequeño. Venía todos los años a limpiar y pintar la locomotora por ser el último sitio en donde estuvo Matilda. Siempre creyó que se había vuelto loca con la muerte de Pablo y por eso venía aquí. Ella  le dijo que tenía que atender más a sus dos hijos menores pero su afán fue el de dar a Héctor un oficio, era el mayor, el que tenía que sacar adelante a la familia por si a él algo le pasase.
         - Tienes que descansar de una vez. – Dijo Adela.
         - Es lo que quiero, pero no puedo… sigo aquí y lo único que quería era que tú se lo dijeses. Ahora no se lo que me va a pasar.- Pablo se dio la vuelta, tenía en su cabeza un solo pensamiento, dejar por fin este mundo, descansar de una vez por todas.
         Esther se derrumbó. Su madre subió los escalones de dos en dos, y fue a donde ella, se agacho y la cogió de los hombros mientras gritaba: “¡Esther, despierta! ¡Por favor!...”. Esther abrió los ojos, y vio los de su madre empapado en lágrimas:
         - ¿Por qué lloras mama?
         Adela sonrió y atrajo a su hija hacia su cuerpo, dándola el mayor abrazo que jamás le había dado. El abuelo que se había recuperado del culetazo también se unió a ellas y los tres permanecieron abrazados un buen rato:
         - Vámonos hijas, aquí ya no hacemos nada.
         Esther cuando los tres se bajaron del tren y empezaron a andar quiso echar un último vistazo, y pudo ver como Pablo le decía adiós con la mano, era una despedida y poco a poco se fue desvaneciendo.
         - ¿Qué pasa Esther?
         - Se ha ido.
         - Es lo que quería.- Dijo Adela mirando también la locomotora.

         Llegando a La Estación, Adela miro a su hija y se sintió muy orgullosa de ella, había contactado con su tío y había llevado esa carga sola, con entereza. Pronto cumpliría doce años y ya era toda una señorita por lo que si ella quería quedarse en el pueblo, lo mejor era respetar su decisión:
         - Papa, si no es mucha molestia, nos gustaría, si Esther quiere, quedarnos a vivir contigo.
         - Sois lo mejor que me ha pasado en mi vida.
         Esther aquella noche durmió de tirón.















        

        
10ª PARADA: LA SEPARACIÓN

         - Tengo buenas noticias.
         - De que se trata.
         Los dos hombres estaban sentados uno frente al otro en la cafetería que había al lado de la comisaría. El subcomisario le había llamado por la mañana, ya hacía algún tiempo que no se veían:
         - He dado con tu mujer.- Dijo Fernando.
         - ¿Dónde está esa hija de puta?
         - Tranquilízate, está en un pueblo de León con su padre. Ha costado encontrarla porque no teníamos datos de su familia.
         Ernesto se paso la mano por el poco pelo que le quedaba en la cabeza. Daba vueltas a la nueva situación, ahora sabía en donde estaba:
         - Tengo un amigo que es Guardia Civil, me debía un favor y un día le conté lo que te pasaba, joder macho, es tan cerrado en los viejos valores que me dijo que no me preocupara, que él la encontraría, y todavía dicen por ahí que no son eficientes.
         - Me da igual como haya sido…- Se levantó de la mesa y fue a la barra.- Haga el favor de ponerme coñac.
         El subcomisario Valverde fue detrás, estaba satisfecho de poder ayudar a un viejo amigo:
         - Pronto empiezas.- Hizo una seña al camarero para que no pusiese la bebida,- Créeme, es mejor que mantengas la calma-
         - No puedo, me comen las tripas el saber que está cerca, y seguramente con otro hombre…
         - No lo creo, mi amigo me dijo que está sola con su padre e hija, que es un pueblo de mala muerte en donde no hay nada y mucho menos nadie al que le pueda interesar una mujer casada con una niña.
         El subcomisario pago el café de los dos, y cogió del hombro a su amigo para sacarlo de la cafetería:
         - Toma, la dirección. No hagas ninguna tontería, me entiendes, últimamente no se ve con muy buenos ojos cualquier tipo de violencia que se ejerza contra la pareja.
         - Pero tendrá que volver conmigo.
         - Utiliza la ley, ella se fue sin denunciar por lo que tienes derecho sobre los bienes y sobre todo, que es lo más importante para poder ir contra ella, con tu hija.
         -¡Esther!, eso es, si no quiere venir la separaré de la niña.
         Cuando Ernesto llego a casa lo primero que hizo fue llamara al abogado con el que había contactado tras poner la denuncia de abandono de hogar. Le explico todo lo que había hablado con el subcomisario y quedaron en verse al día siguiente para estudiar el nuevo enfoque que quería: “traer de vuelta a esa perra”.

                                                        *
         Esther estaba muy contenta, era su cumpleaños y hacia un día precioso de primavera, ya quedaba poco para el verano.
         En el recreo se le había acercado Gabriel, y le dio dos besos en la mejilla felicitándola, además le regalo un libro: “Espero que te guste tanto como me gustas tú a mí”, le había dicho. Ahora de regreso a La Estación, no andaba sino que iba flotando. “Qué raro” se dijo al acercarse y ver en la puerta un coche, no sabía de quien podría ser, de alguno del pueblo no, ya que había pocos coches y los conocía todos.
         - Mama ¿De quién es el coche que hay fuera?
         - Te gusta preciosa.
         No podía ser, el día de su cumpleaños no, el Monstruo les había encontrado:
         - ¡Felicidades hija! ¿No me vas a dar dos besos?
         Salió corriendo en busca de su madre, la cual estaba en la cocina leyendo un papel: estaba llorando:
         - ¿Qué hacemos mama? - Esther se abrazó a ella con fuerza, llena de rabia y dolor.
         - Esto no es lo que ha pasado, yo no he abandonado el hogar secuestrando a nuestra hija.
         - Lo pone muy claro.- Le quito el papel de la mano para leerlo: - “Abandono de hogar llevándose consigo a la hija de ambos, sin avisar y ocultando el paradero”.
         Adela no sabía como salir de aquella situación, su maltratador había dado con ella y encima parecía que tenía a la ley con él. Podía aguantar todo en la vida menos perder a su hija.
         - ¿Qué quieres?- Lo conocía muy bien, si había venido hasta el pueblo sin la policía  ni abogados es porque querría algo a cambio.
         - Que vengáis las dos conmigo, volver a ser una familia.- Agarro de las manos a su mujer, mientras ponía cara de nunca haber roto un plato, sonrisa inocente…
         - Te perdono, seguramente has interpretado mal todo, nunca he querido hacerte daño, todo es por nuestro bien…- Encantador de serpientes, pero más peligroso que estas.
         Adela busco con la mirada a su padre que estaba en un rincón, los puños cerrados de rabia, ese hombre había maltratado a lo que él más quería, y ahora se las llevaba lejos de allí. Tenía ganas de acabar con él, pero no era lo suficientemente fuerte.
         - No tenemos todo el día, querida.
         - Mama, no podemos ir, no es bueno.- Esther que había escuchado todo quiso reaccionar, no podían irse de nuevo con él a Madrid, acabaría con ella.
         - Ernesto, podemos hablar a solas.- Le indico la puerta de salida al exterior para que le acompañase.
         Fuera estuvieron hablando mientras el abuelo y Esther miraban desde la ventana, parecía que Adela rogaba a su marido algo:
         - Sí voy contigo, Esther se puede quedar con mi padre en el pueblo.
         - No, las dos. Me esperaba esto de ti, pero no quiero que vengas sólo tú ¿Qué van a pensar los vecinos? Ya he tenido suficiente con las explicaciones que les he dado.
         - Pero ella tiene nuevos amigos, los estudios…
         - ¡Los estudios!- Le interrumpió.- En un pueblo de mala muerte como es este ¿Qué clase de educación va a tener mi hija?
         - La llevaremos a un colegio de León…
         - ¡He dicho que no! No empecemos, que he venido con buenas intenciones, no olvides que aquí el que tiene la ley de su parte soy yo.- Y le volvió a enseñar el papel.
         - Déjanos al menos unos días para que nos despidamos.
         - Nos vamos hoy.- Se dio media vuelta y entro de nuevo en la Estación.
         Adela llamo a Esther, y le dijo que tenía que despedirse de sus amigos esa misma tarde, al terminar el día tendrían que irse con el Monstruo a Madrid:
         - Si no quieres despedirte lo entenderé.- Le dijo al ver que su hija estaba llorando.- Pero creo que si no lo haces te arrepentirás toda la vida.
         - No es justo, no es justo…- Y se abrazó de nuevo a ella.
                                                        *

         Habían quedado por la tarde en las escaleras del pórtico de la iglesia para entregar los regalos. Al terminar las clases se dirigieron allí, pensaron que no había ido a las clases de la tarde porque su madre le habría dado permiso al ser su cumpleaños para hacer pellas.
         Al llegar a la iglesia vieron que Esther ya les estaba esperando sentada en uno de los escalones:
         - ¡Qué suerte tienen algunas! – Cilia se sentó a su lado, sonriendo.- Cuando cumplo años, mi madre me manda al cole igual que otro día.
         - Déjala en paz.- Gabriel se había dado cuenta de que algo no marchaba bien, estaba muy triste para ser el día de su cumpleaños.- ¿Te pasa algo?
         - Si, que es un año más vieja.- Guille fue directamente a cogerla de las orejas para tirar doce veces de ellas.
         - Deja Guille, por favor. Os tengo que decir algo muy importante, y no es nada bueno.
         - Tan grave es.- Gabriel se sentó al lado de ella cogiéndola de las manos.
         - Hoy me tengo que ir.
         - ¿Cómo?- Gritaron los tres a la vez.
         - Ha venido mi padre y quiere que nos vayamos con él a Madrid.
         - Creíamos que no estabais solas tu madre y tú.
         - No Cilia, mi padre trabaja fuera del país y nosotras nos venimos con el abuelo por no estar solas allí.- Se dio cuenta en ese momento que nunca les había contado nada sobre la situación tan mala que tenían en casa, y por ese motivo tuvieron que venirse a vivir al pueblo.
         Durante unos minutos nadie quiso decir nada, estaban asimilando la noticia. Esther desde el primer día les había caído muy bien, sobre todo a Gabriel, al cual le gustaba mucho, aunque no se lo había dicha todavía:
         - Oíd muchachos.- Dijo a su hermana y a Guille.- Dejarme un minuto a solas con Esther.
         Guille y Cilia se levantaron y se alejaron un poco.
         - Te voy a echar mucho de menos.- Empezó a decir.- Y una de las razones es porque me gustas mucho, no te lo había dicho todavía…- Un dedo se posó sobre sus labios.
         - A mí también me gustas, pero me tengo que ir y ahora eso ya no importa.
         - Si importa, nos volveremos a ver ¿Podrás venir de vacaciones?
         - Lo dudo mucho, a mi padre no le gusta salir de Madrid en verano, dice que es cuando mejor se está, al no haber casi nadie.
         - Dijiste que querías estudiar veterinaria…
         - No estoy pensando en eso, tengo la cabeza en otro sitio. Disculpa, tengo que irme…
         - Sea como sea, nos volveremos a ver.
         Esther le cogió de la mano, hacía mucho tiempo que esperaba que un chico como Gabriel se fijase en ella, aunque eran muy jóvenes los sentimientos que sentía por él eran diferentes, no sólo era amistad, le gustaba y ahora confirmaba que ella también a él, pero era demasiado tarde, lo más seguro que jamás lo volvería a ver, esa misma noche se irían del pueblo para siempre, su vida iba a  cambiar drásticamente, volverían las noches en vela, el no poder dormir por lo que le pudiera estar pasando a su madre… seguro que no iban a volver nunca más.
         - Despídeme de los otros, no puedo…
         - Descuida, lo haré. Veterinaria.
         No había atendido lo último que le dijo, su mirada se fue empapando en lágrimas y el rostro de Gabriel se fue emborronando poco a poco. Comenzó a correr y no paró hasta estar lo suficientemente lejos de él.
         - ¿Dónde está? – Le pregunto Guille a su amigo.
         - Se ha ido, ha querido aprovechar que no la veíais para salir corriendo. No tenía fuerza para despedirse.
         - ¿Se lo has dicho?- Guille no era tonto, era su  mejor amigo desde la infancia y se conocían muy bien para saber que a su amigo le gustaba Esther.
         - Si, y ya se lo que voy a estudiar.- Tenía el convencimiento de que volverían a verse.- Y mi hermana…

         Cilia alcanzó a Esther justo en el desvió hacia la Estación. Corrió todo lo que sus piernas daban de sí, no iba a dejar que se fuera sin despedirse de ella:
         - Te voy a echar de menos.- Se abrazaron las dos durante mucho tiempo.
         - Siempre seremos amigas.- Entrecruzaron los dedos meñiques y poco a poco los fueron separando y alejándose una de otra.
                                                        *
         Se estaba haciendo de noche y el Monstruo ya había cargado el coche con las maletas, se estaba impacientando, tocaba la bocina de forma continua:
         - Iros ya, no le hagáis enfadar.- El abuelo sentía dolor, no podía ayudar a su hija en estos momentos, no lo vio venir, si hubiese sabido que no estaban seguras…
         - Cuídate mucho padre.- Le beso en la mejilla.- Solo por haber estado contigo este tiempo, ha valido la pena venir.
         - Abuelo.- Esther le indico que se agachara para susurrarle: - No te preocupes, yo cuidare de mama.
         Damián no dijo nada. Beso a su nieta y asintió, era muy fuerte y todo lo que había vivido aquel año había sido muy duro pero lo supo llevar con entereza. Iba a ser una peleona, que no dejaría a su madre a merced de ese animal que tenía como marido.
         El coche se fue alejando, la luz de los focos se fueron haciendo menos visible. Al pasar junto al desvío que llevaba a la locomotora, un silbato sonó, pero sólo lo oyó Esther, y de su cara una sonrisa afloró. Ella lo sabía.






DESTINO

         Un ruido de llaves en la puerta. Por fin: “Pero ¡Qué coño te has pensado!”
         No venía sola, había tres personas con ella, y eso porque, si ya sabía que no le gustaba nada que viniese con gente a casa: “Esta tía es tonta”.

         Adela cerró la puerta y vio que el televisor estaba encendido, seguramente se le olvido apagarlo esta mañana. Echo un vistazo a su alrededor, estaba todavía  aturdida por todo:
         - Vamos mama, siéntate un rato mientras te preparo una tila.
         - Haga caso a su hija.- Gabriel cogió de la mano a la madre de su novia y la llevo al sillón.
         - Gracias por ir a recogerme, pero estoy bien.
         - Ya sabes que la facultad de veterinaria queda muy cerca de donde trabajas, y enseguida nos han localizado.- Contesto Esther.
         Esther y Gabriel tenían alquilado un pequeño piso cerca da la facultad de veterinaria, los dos querían poner su propia clínica cuando terminasen los estudios. Gabriel, habría hecho lo que fuese por estar con ella.

         - ¡Se puede saber que hacéis en mi casa!- Se fue hacia ellos con muy mala leche, no consentía que se le ignorasen de esa forma.
         Se plantó delante  de su mujer que ni siquiera le miraba. Estaba muy relajada para haber llegado tan tarde. No la debía importar mucho que él estuviese en casa esperándola, y eso no podía ser:
         - Te quieres levantar y explicarme esto. A qué viene presentarte con ella y ese payaso.
         - Ese payaso tiene nombre.
         Se había olvidado de la tercera persona que había venido con ella:
         - Y tú ¿Quién narices eres? – Se dirigió hacia él… - Si eres un crío, además un poco sucio de ¿qué? De hollín… 
         - No me conoces, pero vengo a por ti…
         - ¿Eh?
         - Soy el hermano de tu mujer, Pablo, y hoy es tu último día aquí.- Pablo lo señaló.- Ya la has amargado demasiado su vida.
         - Pero… tú no estabas muerto.
         - Termina de escuchar las noticias.
         Ernesto se giró hacia el televisor: “… el temido año dos mil no ha traído consigo el cumplimiento de sus profecías, que le vamos a hacer. Y antes de los deportes, vamos a conocer más sobre el accidente de la M-30 que tiene colapsada la salida de Madrid: - Si Leticia, el accidente se ha producido sobre las catorce horas, cuando un camión ha perdido su mercancía, una vieja locomotora que llevaba al Museo del Ferrocarril, cayendo sobre un turismo… quedando atrapado el conductor que al parecer ha muerto en el acto. Nos han comunicado que el fallecido responde a las iniciales E. G., vecino de Madrid” .
         - No puede ser…- Se volvió hacia el niño, que tenía a su lado a  Esther, agarrándole de la mano. Los dos sonreían.
         - Ya has oído. E. G.
         - Ernesto García….
         Ernesto se fue diluyendo, hasta desaparecer del todo. El Monstruo por fin había desaparecido para siempre.

         - Me tengo que ir.- Dijo Pablo.- Al final era yo el que tenía que estar preparado para algo, liberar a mi hermana. Cuidaros, y ya sabes, mi recuerdo siempre estará ligado a ella.- Acaricio el pelo de Adela, la que sintió un cosquilleo de bienestar, mientras susurraba bajito “Pablo”.
         - Gracias. Te voy a echar de menos.- Esther comprendió que esta iba a ser la última vez que vería a su tío.
         Y entre los dedos le sintió irse.
                                                        *
         Aquella misma tarde, en un pueblo perdido entre montañas, un anciano estaba sentado en un viejo andén, miró al cielo, y después al reloj: “Son las cinco y cinco”. El reloj de la Estación volvía a dar las horas.





        
        

        









        

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